no sé dibujar estrellas

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Una taza de té sin acabar y tres galletas secas e incomibles sobre la mesa de la cocina indicaban que era un nuevo día. Minjeong siempre había tenido el hábito de prepararse un té cuando arribaba la noche, pero el té no era algo que disfrutara; simplemente seguía el consejo que le había dado su madre de tomar una infusión para la buena digestión. Por esa misma razón, comenzaba a tomarlo y lo dejaba hasta la mitad como de costumbre, y nunca lavaba la taza hasta la mañana que despertaba para luego quejarse de lo manchada que le quedaba.

Las manecillas del reloj daban a entender que eran las 8a.m, en otro momento de su vida se hubiese quejado de tener que despertar tan temprano, mas ya estaba grande para eso y su reloj biológico funcionaba distinto.

Su pelo estaba más corto, su rostro se veía menos aniñado.

Los domingos históricamente han sido días deprimentes para cualquiera, más cuando llueve, más cuando despiertas en la soledad de tu casa y no hay alguien que te prepare un rico desayuno. La de raíces coreanas prende la televisión con el fin de escuchar voces humanas y sentirse un poco más acompañada, pero eso no sirve. Busca algo para hacer y todo le aburre. ¿Intentar aprender crochet? No, ya lo hizo y acabó tirando las agujas por los aires de la frustración de no poder lograr un punto, y se lamentó por no haberle hecho caso a su abuela cuando quiso enseñarle a los 10 años.

Pasó una mano por su rostro y se dio unas palmaditas en la cara mientras bosteza. Suspiró al ver el desorden que dejó en la noche y se dispuso a limpiarlo mientras tararea una canción.

Desayunó de mala gana, y poco, porque siempre le ha caído pesado. Arrastró los pies hasta el sofá una vez acabó y exhaló aburrida, aún en sus pijamas rosas de algodón que tanto logran abrigarla para que tenga dulces sueños.

Era domingo, no pensaba moverse ni esforzarse en ponerse ropa decente, el clima era un asco como para salir afuera y el artículo de la semana que le tocaba publicar había logrado finalizarlo ayer. Su jefe podía llegar a ser muy pesado y a lo único que aspiraba en esos tiempos era a un ascenso, quién sabe, en unos meses podría estar en Europa entrevistando a los mismisimos jugadores de la liga inglesa.

La pelinegra se exaltó una vez algo negro y de peso ligero se subió sin aviso ni permiso a su regazo. Se calmó una vez baja su mirada y vio a su mascota mirarla fijamente, pidiéndole mimos y ronroneando.

—Ah, Akuri, ¿quieres mimitos? —Posó una de sus flacas manos en la cabeza de la felina, rascando detrás de sus orejas y sonriéndole con ternura. Hacía dos años que aquella había llegado maullando en busca de comida a su ventana y luego decidió colarse sin invitación dentro de su casa, a lo que Minjeong no se pudo negar. 

¡Pero gracias al cielo existen los gatos! Ellos no hablan pero cuando mueven sus orejas una vez pronuncias su nombre, sientes que al menos un ser vivo te escucha, aunque no hable tu idioma y se robe la lana que usaste para tu fallido crochet.

Akuri se bajó de su regazo y salió corriendo hacia el pasillo para proseguir a una mosca que estaba molestando, dejando a una Minjeong ofendida.

—O sea, me usaste. Ya veo —entrecerró sus ojos y frunció sus labios mientras le observaba marcharse.

Abrió un libro ya empezado, dispuesta a terminarlo hoy mismo. No tenía nada mejor que hacer. Era el típico cliché romántico, donde la chica debe viajar a Italia de improvisto y se enamora de un italiano, pasa algo y luego son felices para siempre comiendo pizza.

Mientras intentaba leer al menos una página, alguien tocó la puerta con desespero. Minjeong resongó y arrastró los pies hacia la puerta, ¿justo ahora se dignaban a interrumpirla cuando Fedele estaba por decirle a Emilia que la amaba? La abrió confundida una vez notó que era Ningning.

with the years ticking by ☆ winrina/jiminjeongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora