Entre ruinas

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Hace mucho que no sentía la calidez del sol sobre su piel o la frescura del viento contra sus mejillas o la frialdad de la cruda noche sobre su cuerpo. Si lo pensaba bien hace mucho que había dejado de sentirse realmente vivo.

Había sido así desde pequeño en realidad, desde que su sangre pura lo sentenció a un solitario destino cubierto de injusticia donde nadie podría acercarse a él.

Pero era importante y necesario que se mantuviera así, susurro millones de veces su madre y tal vez ya estaba muy cansado de eso.

Su mundo se había ido al demonio hace mucho, por la terrible venganza de la tierra como lo nombraron los pocos científicos que quedaron. El planeta había sufrido un gran daño después de la gran guerra nuclear que se desarrolló por recursos naturales banales y a partir de ello como método de defensa el planeta desarrolló grandes e implacables lluvias radioactivas y gigantes y terribles monstruos dispuestos a destruir a los terribles humanos.

Solo algunas pequeñas ciudades habían logrado sobrevivir por la protección de los humanos de sangre pura que fueron atrapados como animales, por los poderosos y alabados como santos por los tontos. Que irónico pensó Leo.

Había sido encerrado desde hace mucho y ya estaba harto, todo era completamente malo.

El mecanismo era sencillo según los doctores que lo visitaban, Leo tendría que dar su sangre como fuente de energía para el "gran escudo" como nombraron a la máquina que generaba un campo de fuerza protector sobre la pequeña ciudad.

Él solo tenía que pasar mucho tiempo en un laboratorio por dos días a la semana y no es que hiciera mucho durante eso. El resto de sus días era un borrón de días aburridos en los que se las pasaba atrapado en una habitación blanca leyendo o haciendo algo que quisiera.

Por ahora su único problema era el aburrimiento, pero sabía que empeoraría con el tiempo.

Recuerda el caso trágico de su madre, que al igual que él tenía sangre pura, había sido encerrada desde muy pequeña y había sido mucho más protegida por ser mujer.

Era complicado que los sangre puras se reprodujeran esto porque eran muy pocos y los poderosos solían hacer tratos con otras ciudades buscando reproducirlos como animales y Leo lo odiaba.

Su madre solo pudo tener tres hijos dos de ellos fueron enviados a otras ciudades y él se quedó con ella como un reemplazo, ella fue un gran negocio para los poderosos, lastima que no pudiera darles una niña. Y cuando enfermó simplemente se deshicieron de ella, Leo aún estaba triste por ello.

***

Sus días monótonos continuaron hasta que un día el equipo de investigación, que solía salir al exterior en busca de recursos, encontró a un chico extraño al que capturaron como un descubrimiento rarísimo, ya que podía atravesar las torrentosas lluvias radioactivas sin problemas despertando un gran interés.

Lo encerraron junto a él y Leo sintió mucha curiosidad, el chico era alto con el cabello rizado, su piel estaba bronceada por el sol y sus ojos eran marrones y muy bonitos, a Leo le gustaban.

Tenía una mirada desafiante y aterradora, no solía hablar mucho aunque él tampoco en realidad.

La primera semana los doctores no lo movieron de su habitación, todavía tratando de descifrar qué harían con él, solo se llevaron a Leo como era de costumbre y por fin pudo entablar una conversación con el desconocido después de eso.

_ ¿Siempre te llevan de esa forma? - pregunto molesto

_ Si - respondió un poco nervioso - es lo normal supongo.

Cressi shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora