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Hoyu tenía tantas ganas de jugar, correr por el patio, revolcarse en el arenero y salpicar las patas en la tierra. Lastimosamente eso era imposible mientras estuviera en el colegio, papá y mamá ya habían hablado con él, le explicaron que emerger ante gente que no fueran ellos se volvía un acto muy peligroso, también lo persuadieron con unos cuantos pedazos de carne extra en la comida.

Al final la plática funcionó y por mucho que estuviera deseoso de salir a estirar las patas, por mínima que fuera su transformación, Jimin se la ponía difícil.

El pequeño niño estaba más entendido de su realidad, había captado lo mal que todo estuvo el día en que se pre transformó frente a sus compañeros.

Se sintió horrible, ellos lo hicieron sentir así de triste y temeroso. No entendía por completo porque la gente actuaba de esa manera.

El lunes por la mañana todo transcurrió en su debida normalidad, Mai y Woonguk trataron de reprimir esos nervios engullidos en su corazón y darle la mejor confianza a su hijo.

Una vez en la escuela, Jimin se dió cuenta de algo, nada estaba siendo como antes.

Desde la entrada, incluso antes de entrar al kinder, papás y mamás le miraban raro y eso no fue lo más evidente sino las feromonas ácidas que desprendían, hacían a su lobito asquear. En el salón siguieron las actitudes evasivas, algunos le miraban mal, como si quisieran comérselo, unos más parecían tener miedo cada que Jimin les veía o pretendía hablarles por fallidas que fueran sus intentos y otros en minoría, simplemente lo ignoraban.
No sabía que pasaba, ¿por qué nadie le hablaba? ¿Por qué lo miraban así? ¿Por qué Soul no quería sentarse a su lado? Soul lloró tanto al momento de suplicar no estar junto a él que Jimin se sintió culpable. Aunque no entendía cuál era su culpa.

-Con él n-no- Soul sollozaba con tenacidad, estaba parado junto a su pupitre, negandose a sentarse allí.

-Bien pequeños, nos acomodaremos de nuevo.

La maestra Suny no desistió su idea, al final la asignó a otro lugar sin más palabras, pero estás no hicieron falta. Jimin quedó arrinconado en lo profundo, desolado y marginado del salón, justo en una esquina, justo con un gran margen de las demás mesas. Estaba solo y excluido.

Las acciones decían más.

(🍋🍯)

Hoyu estaba triste pero el ver a todos los niños riendo con otros niños mientras Jimin se mantenía sentado debajo de la resbaladilla roja, eso lo hacía sentir solitario, deseoso. Hoyu gimoteaba por ir con los demás.

¿Vamos a jugar?

Jimin negó, cabizbajo, en cuclillas y la mano dibujando vagamente en la tierra suelta con una barrita que se hubo de encontrar, las hormiguitas cruzaban los caminos que había trazado y el pasto tuzado revoleaba con simpleza bajo sus zapatos negros de charol.

No tenía nada mejor que hacer.

Pero, ¿por qué no?. Vamos, vamos.

-Ya te dije que no Hoyu, tú no puedes salir.

¿Por qué? ¿Hay gilafas?. Las gilafas dan mucho miedo.

-Papá y mamá dicen que es pegriloso.

Las gilafas son pegrilosas. ¡Tienen una lengua gigante!

«Nos tienen miedo»
Lo único que Jimin pudo pensar.

-Te atrapé, jaja- se escuchó de fondo.

Quiero jugar.

(🍋🍯)

-

¿Cómo te fue en la escuela Minnie?

-Bien.

-¿Bien?

-Bien.

Ok, esa carita desanimada, los pies arrastrados y la mochila por los suelos no apoyaba nada de lo que su vocesita baja afirmaba.

Mai vio como su hijo se subía a la parte trasera del auto, en espera de que le asegurarán a la sillita especial.
Definitivamente nada estaba bien.

Un gran suspiro se largó de sus labios y la opresion en su pecho no se hizo esperar, su instinto materno estaba siendo golpeado por el lazo con Jimin, quien no podía por menos ocultar su tristeza, hasta sus leves feromonas estaban agrias y pesadas.

(🍋🍯)

Cuando llegaron a casa fue quizás el mejor momento para Hoyu. ¡Por fin podría estirar las patas!

Solo que Jimin no tenía ganas de corretear, su condición fue entonces, que se mantuvieran acostaditos en la manta de la abuela, a ambos les gustaba, la abuela siempre había sido muy cariñosa con ellos y le hacía mantitas de a montón, pero su favorita era aquella que nunca soltaba, amarilla con un gran dinosaurio en medio.

A pesar de ser lavada, Jimin podía oler el agradece jazmín de la abuela. Por eso, al estar bajo las redes de la seguridad y pretención, se quedó dormido, hecho un ovillito en su cama.

Estaba muy cansado como para hacer algo más que no fuera dormir.

BESOS DE LIMON Y MIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora