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Se podría decir que cuatro meses eran poco, aunque para algunos sería demasiado, era quizás cuestión de perspectiva y circunstancias.

Para la familia Park era algo que todavía no podían definir bien, a veces sentían que transcurrían tremendamente lento, como los caracoles que su hijo disfrutaba ver en las hojas del jardín y otras simple y sencillamente, avanzaba rapidísimo, se les escurría de las manos sin ellos poder detener ni una milésima.

Todo se tornaba tan complicado, al final el tiempo era un acto de matemáticas.

Y Jimin, pues ¿por dónde podemos empezar?

En estas semanas no había cambiado mucho en cuanto a su situación escolar. Se la pasaba en algún rincón del patio jugando con las ramitas y piedras que se encontraba y de vez en cuando le daba vistazos a todos los niños que se correteaban entre si, lucian tan contentos y felices.
Pero Jimin sabía que no podía jugar con ellos como tanto deseaba, hasta Hoyu ya se había dado por vencido, ya no insistía tanto, a veces, cuando escuchaba los cantos y risas, insistía un poquito, sin embargo las ganas se iban cuando alguien le decía que los niños como ellos, no se juntaban con niños perro como él.

«Niño perro»

Ahora era llamado así.

Se cansó de decir y llorar que ese no era su nombre, así que mejor no se acercaba a los demás.

En otras ocasiones, también decidía ir al salón de clases y sentarse en su lugar a dibujar. En el aula había un área de arte, con ojos de a montón y pinturas de todos los tipos y colores. Jimin solamente tomaba unas cuantas hojas blancas para dibujar con sus propios colores. La maestra lo solía regañar a menudo y a él como a Hoyu, les asustaba.

Cuando el timbre sonó, Jimin seguía en los sanitarios, había tomado mucho jugo de manzana y parecía que el chorrito de orina jamás terminaría de salir.

Ya se estaba impacientando al no oír ruidos afuera.

-Rapido pipí- flexionaba y estiraba las piernitas-, nos van a regañar.

Cinco segundos más tarde, pudo subirse el pantalón y lavarse las manos a como pudo. Su batita amarilla quedó algo torcida y sus cabellos saltaban conforme corría apurado.

Al llegar al salón, su puerta estaba cerrada y adentro se oía como la maestra leía un cuento.

Tocó la puerta dos veces y esperó a que abrieran después de un abrupto silencio.

La maestra Suny le miró desde lo alto, Jimin alzó su rostro pues para su edad, la  mujer era casi tan alta como un árbol.
No parecía feliz ni dispuesta a ser amable. Jimin ya sabía que Suny siempre se enojaba con él.

-¿Se te ofrece algo?- Suny tenía el ceño fruncido, su voz era menos dulce.

-¿Puedo pasar?.

-El timbre sonó hace minutos, tus compañeros están adentros menos tú. ¿Dónde estabas?. ¿Casando ratas?.

Las risas de los niños hicieron chiquito a Jimin en su lugar, se sintió tímido y avergonzado. El no cazaba ratas... No en la escuela.

-No- negó. Su voz bajita y sus ojitos sumisos.

-¿Entonces?.

-Fui al baño miss Suny.

-Park Jimin, espero que no andes orinando en ningún árbol, esto no es la selva ni nosotros salvajes.

-No-o, yo, yo fui al baño. Allá.

Señaló el pasillo de los sanitarios.

Estaba a nada de llorar, más porque por las aberturas que el cuerpo de la maestra no cubrían en la puerta, podía ver a sus compañeros observandole con rostros de asco. Soobin hasta había dibujado a un niño con orejas, nariz y cola de perro, y en letras gigantes y chuecas escribió "Park Jimin, wau wau".

BESOS DE LIMON Y MIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora