04

210 22 0
                                    

—¿Qué diablos haces aquí fuera?

ChanYeol abrió los ojos de golpe y, alzando la vista, vio los mismos ojos dorados que plagaban sus pesadillas. Por un momento, no pudo recordar dónde estaba, pero luego le vino todo a la cabeza: SeHun, la boda, el látigo de fuego...

Fue consciente de las manos de SeHun en los hombros, era lo único que le había impedido caerse de la camioneta cuando SeHun había abierto la puerta. Se había escondido allí porque no tenía valor para pasar la noche en aquella caravana donde sólo había una cama y un desconocido de pasado misterioso que blandía látigos.

Intentando escabullirse de sus manos se movió hacia el centro del asiento, alejándose de SeHun todo lo que pudo.

—¿Qué hora es?

—Algo más de medianoche. — SeHun apoyó una mano sobre el marco de la puerta y lo miró con esos extraños ojos color ámbar que habían plagado las pesadillas de ChanYeol. En lugar del traje de emperador llevaba unos gastados vaqueros y una descolorida camiseta negra, pero eso no lo hacía parecer menos amenazador.

—Cara de ángel, ocasionas más problemas de lo que vales.

ChanYeol fingió alisarse la ropa intentando ganar tiempo. Después de la última función, había ido a la caravana donde vio los látigos que SeHun había usado durante la actuación sobre la cama, como si los hubiera dejado allí para utilizarlos más tarde. Había procurado no mirarlos mientras estaba de pie frente a la ventana observando cómo desmontaban la carpa.

SeHun daba órdenes al tiempo que echaba una mano a los hombres, y ChanYeol se había fijado en los músculos tensos de sus brazos al cargar un montón de asientos en la carretilla elevadora y tirar de la cuerda. En ese momento había recordado las veladas amenazas que él había hecho antes y las desagradables consecuencias que caerían sobre él si no hacía lo que SeHun quería. Exhausto y
sintiéndose más solo que nunca, fue incapaz de considerar los látigos que descansaban sobre la cama como meras herramientas de trabajo. Sentía que lo amenazaban. Fue entonces cuando supo
que no tenía valor para dormir en la caravana, ni siquiera en el sofá.

—Venga, vamos a la cama.

Los últimos vestigios del sueño se desvanecieron y ChanYeol se puso en guardia de inmediato. La oscuridad era absoluta, no podía ver nada. La mayoría de los camiones habían desaparecido y los
trabajadores con ellos.

—He decidido dormir aquí.

—Creo que no. Por si no te has dado cuenta, estás tiritando.

Estaba en lo cierto. Cuando había entrado en la camioneta no hacía frío, pero la temperatura había descendido desde entonces.

—Estoy muy bien —mintió.

SeHun se encogió de hombros y se pasó la manga de la camiseta por un lado de la cara.

—Considera esto como una advertencia amistosa. Apenas he dormido en tres días. Primero tuvimos una tormenta y casi perdimos la cubierta del circo, luego he tenido que hacer dos viajes a Nueva York. No soy una persona de trato fácil en las mejores circunstancias, pero soy todavía peor cuando no duermo. Ahora, saca tu dulce culito aquí afuera.

—No.

SeHun levantó el brazo que tenía al costado y ChanYeol siseó alarmado cuando vio un látigo enroscado en su mano. SeHun dio un puñetazo en el techo.

—¡Ahora!

Con el corazón palpitando, ChanYeol bajó de la camioneta. La amenaza del látigo ya no era algo abstracto y se dio cuenta de que una cosa era decirse a plena luz del día que no dejaría que su marido la tocara y otra muy distinta hacerlo de noche, cuando estaban solos en medio de un campo, a oscuras, en algún lugar apañado de Carolina del Sur.

𝑘𝑖𝑠𝑠 𝑎𝑛 𝑎𝑛𝑔𝑒𝑙 || sᴇʏᴇᴏʟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora