Encuentros

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Habían pasado varios meses desde aquel viaje en el crucero Seven Seas Splendor.

A pesar de que la rubia se había propuesto no volver a caer en los brazos de Navarrete, le fue prácticamente imposible. Sus empresas se habían fusionado y se veían todos los días, por lo que sus encuentros a escondidas eran algo prácticamente diario.

Ella intentó ignorar las provocaciones del empresario, pero la realidad es que disfrutaba mucho de acostarse con él y un buen revolcón como el que se daban siempre que se veían no se le podía negar a nadie.

Tenía que aceptar también que su opinión sobre José Luis había cambiado bastante. Seguía siendo un empresario ordinario, pero también descubrió un lado de él que le atraía bastante. Era un hombre intenso y aplicado en cuanto a lo laboral, tal y como ella, pero cuando estaban juntos se desvivía por ella y por darle todo lo que quisiera, complacerla era su principal objetivo.

Ciertamente tenían sus discusiones, puesto que eran tan parecidos que eso siempre hacía que chocaran en algunas cosas, pero ya se había vuelto algo normal el solucionarlo entre las sábanas. Ninguno de los dos se quejaba de eso.

Los rumores sobre que mantenían una relación habían sido bastante fuertes durante los primeros meses, hasta que los intercambios de opiniones en cuanto a lo laboral los hacían verse como perro y gato durante las horas que pasaban dentro de la empresa.

El único testigo de todo lo que pasaba después de ese griterío era el apartamento de Altagracia, ese era el lugar donde siempre se veían. Aunque, esta vez, se encontraban en la hacienda de la empresaria.

Habían decidido pasar el fin de semana allí, ya que tenían muchos temas que hablar sobre la empresa y, por supuesto, muchas ganas de quitarse el estrés en la cama.

Lo segundo ya lo habían hecho apenas llegaron. No había forma ni ganas de desperdiciar ese tiempo.

Intentando recomponerse de aquella increible sesión de sexo, la rubia había salido a fumar un puro mientras que Navarrete estaba nuevamente intentando indagar qué era lo que ella sentía por él, golpeándose otra vez con el alto muro que Altagracia lograba construír en el medio.

-Altagracia, ¿podemos dejarnos de pendejadas? Tú sabes que me vuelves loco.

La rubia soltó una risita irónica antes de decirle:

-Falta ver si te vuelvo loco sin estar desnuda.

-Claro que sí, te lo he demostrado con hechos... No tienes que dudar de mí.

Ella volteó a mirarlo, dejando de lado aquella nueva declaración que el moreno le estaba haciendo.

-Voy a empezar una demanda para reclamar unas tierras donde quiero construir, ya sabes... A nuestra manera. -dijo, haciendo referencia a que lo harían a lo sucio. -Pero tengo que contratar gente que me proteja, comprar policías y pagarle a hackers y a detectives que averigüen todo lo que sea necesario. ¿Cuento contigo para todo eso?

-No lo sé, Altagracia... Esos cabrones son muy peligrosos. Son capaces de lo que sea. No quiero que nos jodan en la empresa.

El moreno tenía claro que, si debía ensuciarse las manos para poder seguir acostándose con ella, lo haría pero aún así debía dejar en claro su punto de vista. Podía estar muy embobado con Altagracia, pero no se arriesgaría a manchar su nombre así nada más.

-Te estás metiendo en un terreno difícil Altagracia, cuando quisiste hacer eso con aquella vecindad todo se te vino abajo.

-Eso fue gracias al imbécil de mi ex marido, pero él ya no está ni en mi vida ni en este plano astral. -respondió soltando una risita pícara y haciendo sonreír también a aquel hombre frente a ella. Sin dejar de mirarlo a los ojos, admitió: -No voy a negarte que me gustas... Y mucho. Pero, en este momento, solamente puedo pensar en lo que es mejor para mi empresa... Nuestra empresa, déjame recordarte.

Contigo nada es simple Donde viven las historias. Descúbrelo ahora