Jimin siempre ha sido curioso. Yoongi un despistado empedernido.
Todo cambiará cuando el menor descubra un extraño video en el monitor de su compañero...
Un pequeño error podría dejar en descubierto su mayor secreto.
-¡No es lo que crees! ¡Lo juro...
Escuchó el crujir de sus huesos al estirar sus brazos por sobre su cabeza. El sol que con tanto empeño trato de colarse a través de las persianas que cubrían los anchos ventanales del edificio, comenzó a desaparecer gradualmente tras las colinas, perdiendo intensidad y calor, anunciando así, finalmente el término del día.
Suspiró con fuerza, como si quisiera que todo el oxígeno que atrapó en sus pulmones escapara de ellos, como si eso le diera una especie de alivio temporal.
Sus compañeros de oficina uno a uno apagaron sus monitores, despidiéndose de él con un suave apretón en el hombro o un saludo a lo lejos.
Era totalmente habitual, quedarse horas extras, era algo que, lastimosamente pocas veces podía evitar, pues el bastardo de su jefe, siempre le hacía encargos de último momento, obligándolo ciertamente a aceptar sin rechistar, pues el hombre tenía un cargo importante en la empresa, por lo que, solo bastaba un chasquido para echarlo a patadas de la oficina y acabar también con su carrera.
Tomar una vacante en una buena oficina como la suya en Seúl, era como encontrar una aguja en un pajar. Prácticamente imposible.
No quería desperdiciar con tanta facilidad el esfuerzo de sus padres por enviarlo a una universidad de prestigio a pesar de sus circunstancias económicas, así que, prefirió consideradamente aceptar cada oportunidad de crecimiento que se le presentará, con la esperanza de agregar nuevas líneas a su currículum.
Además, era bien sabido que Kim Woosung tenía contactos, conocía a demasiada gente con el poder de eliminarte totalmente del mapa con suma facilidad. Ministros de gobierno, CEO's de grandes corporaciones, secretarios, reporteros, e incluso militares o personajes de renombre para la nación.
Así que, con sus principios intactos de no buscarse más problemas, comenzó a acceder a las irracionales peticiones de su jefe.
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Poco a poco sus compañeros también se fueron acostumbrando a dejarle solo en la penumbra, mientras las luces de la oficina eran apagadas, dándole apenas unas cuantas palabras de apoyo.
Miró el reloj en la pared a su derecha, que descansaba plácidamente como si se quisiera burlar de su muy patética existencia, recorriendo cada milímetro entre un segundo a otro tortuosamente lento, dándose cuenta que, desafortunadamente aún le quedaba un largo camino por recorrer.