5 - Huellas (II) [+18]

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«Antes de entrar di dos leves golpecitos en la puerta, para no sobresaltar a Elena. Sin embargo, ella sí se sobresaltó.

- ¿Ernesto? -, dijo al verme. - Pensé que no estabas en casa.

Eso explicaba por qué se masturbaba mirando una foto mía en vez de acudir diré a mí. Aunque la había sorprendido, ella no se había tapado sus pechos desnudos.

- He estado construyendo mi nueva maqueta -, respondí encogiéndome de hombros.

- Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez -, dijo sonriendo pícaramente. - ¿Me acompañas?

Dejó el móvil sobre su mesita de noche y yo me acosté junto a ella. Nos besamos con deseo, y pronto una de mis manos se posó sobre una de sus preciosos pechos. Con mi pulgar acaricié su pezón, y con mi mano libre bajé para acariciar el vientre de mi hermana. Luego bajé hasta sus braguitas, que estaban algo mojadas, y llegué a su intimidad por encima de la tela. No teníamos ninguna prisa, así que nos mantuvimos un tiempo así.

Elena no se había quedado de brazos cruzados, y también acariciaba mi erección por encima de mis calzoncillos. Le pareció buena idea, en un momento dado, dejar de besarme y cambiar de postura para colocarme bocarriba. Automáticamente se subió sobre mi cintura, se echó hacia delante y siguió besándome, mientras movía la cadera para tocar de vez en cuando con su culo mi erección. Siguió besándome los labios, el cuello y vuelta a los labios. Bajó de nuevo al cuello e inició una deliciosa trayectoria por mi pecho, mi abdomen, mi pubis y finalmente posó su boca sobre la punta de mi pene, que estaba ya bien grande y duro, pero escondido aún bajo la tela de los calzoncillos. Con sus inexpertas manos y un poco de colaboración por mi parte, me bajó mis gayumbos, dejando a la vista mi pene en todo su esplendor. Sin mediar palabra, llevó su boca y su mano derecha hacia él, y sin moderación comenzó a chupármela.

Una de mis manos se posó sobre sus cabellos y acto seguido se entrelazó entre ellos para acompañar presionando levemente la cabeza de mi hermanita hacia abajo. Los movimientos de Elena eran profundos, dentro de las posibilidades de su pequeña boca. Sentía cómo mi miembro chocaba en su paladar, llegando de vez en cuando hasta su garganta. Cuando esto ocurría, ella soltaba un gorgorito, yo dejaba de ejercer esa leve presión con mi mano y ella se separaba de mi pene para respirar mejor, mientras me miraba medio riéndose para, acto seguido, volver a la tarea.

En una de esas ocasiones no dejé que continuara. La así de ambas manos y tiré suavemente de ella hacia mí, diciendo con simpleza que era mi turno. La tumbé bocarriba, le quité sus bragas y llevé mi lengua a su clítoris. Comencé a lamerlo en círculos y noté cómo su respiración se aceleraba. Ella ya estaba mojadita, y yo también estaba bastante excitado con su mamada. Metí directamente dos dedos en su vagina y ella gimió sin pudor. Esta vez no había nadie en casa, así que se lo podía permitir. Con dos dedos de mi otra mano empecé a pellizcar sus pezones, provocándole más oleadas de placer. Seguimos así un rato, y decidí meter el tercer dedo. Ella gemía sin parar. A mí me ocasionaba placer darle placer a mi hermanastra. Luego me detuve, y le ordené con autoridad que se pusiera a cuatro patas. Ella obedeció, y yo me lancé a chuparle el coñito en esta nueva posición. Tenía las piernas no muy abiertas, por lo que sus labios vaginales estaban apretaditos. Yo chupé y chupé hundiendo mi rostro en su feminidad mientras le agarraba las nalgas con ambas manos. Se me ocurrió posar el dedo pulgar en su ano, y noté un cambio de ritmo en su respiración, sus jadeos y sus gemidos. Si le gustaba, no iba a ser yo quien la privara de su placer. Introduje ese dedo y ella gimió fuerte. Dejé el dedo en esa posición un rato.
Decidí que era hora de penetrar su coñito, aunque primero tendría que ir a por un condón. Antes, sin embargo, me puse de rodillas y coloqué la punta de mi miembro en su vulva, y jugué un rato a presionar y golpear con mi pene. Pasaba de su coñito a su ano indistintamente. Llegó la hora de ir a por el preservativo. Se lo comuniqué a mi hermana y fui a por él.

- ¡Mierda!, exclamé. Volví donde mi hermana. - No me quedan preservativos.

- Puedes follarme igual y correrte fuera -, replicó ella.

- No -, respondí. - Aunque se reducen las probabilidades, aún así podrías quedar embarazada. Recuerda que antes de llover, chispea -, le dije.

Ella asintió con pesar. Entonces dijo algo que me sorprendió.

- Fóllame el culo -, pidió - Así, es imposible quedar preñada.

Me lo pensé. No sabía si realmente quería aquello. Pero entonces me decidí. Ella me vio dudar, así que le dije:

- Bueno. En tiempos de guerra cualquier agujero es trinchera. - Ella se rió.

Seguía a cuatro patas. Me subí a la cama y me acerqué a su culo. No teníamos lubricante, y no me apetecía mucho lamer su ano, así que acerqué la mano a su vulva, que estaba bien mojada de mi saliva y sus fluidos. Mojé mi mano con ese líquido y lo subí para esparcirlo por su ano.

De este modo quedó su culito bien lubricado. Para asegurarme, eché toda la saliva que pude en mi mano y volví a restregar el fluido por su entrada.
Apoyé mi pene en su umbral.

- ¿Estás lista? - Pregunté. Tras su respuesta afirmativa, no me lo pensé. Lentamente fui metiendo mi pene en su ano. Primero metí el glande, y ella soltó un pequeño gritito. Por supuesto, era la primera vez que tenía sexo anal. De hecho, también era mi primera vez follando por el culo a alguien. No paré tras haber metido el glande, y continúe. Mis manos agarraban sus caderas con firmeza, y oí cómo Elena gritaba. Le estaba doliendo. Iba a parar, pero ella intuyó mi intención y me dijo que siguiera. La metí y la metí. Era una sensación increíble. Sinceramente, ahora que lo pienso fríamente me gustó más cuando la desvirgué por la vagina, pero en ese momento estaba experimentando una sensación nueva y eso aumentaba mi placer. Como no me dijo que parara, llegué hasta el fondo. Mis testículos tocaron sus labios vaginales y me quedé unos segundos en esa posición. Luego fui saliendo lentamente dejando dentro solamente la punta. Volví a por la segunda penetración y Elena volvió a gritar. Repetimos esa acción numerosas veces lentamente, hasta que noté que Elena ya no gritaba con dolor, sino que gemía de placer. Le estaba gustando, y esa fue la señal que necesitaba para aumentar la velocidad. No podía creer que estuviera follándome a mi hermanita por el culo. Así pues, aumenté el ritmo, y ella comenzó a frotarse el clítoris con una mano, mientras que la otra la usaba para apoyarse en la cama.

Yo jadeaba y ella gemía, y me pedía constantemente que aumentara la velocidad. Llegó un punto en el que no podía ir más rápido. La embestía con fuerza, la cama chirriaba y ella gritaba de placer. Lo estaba gozando de maravilla. Seguía frotando su clítoris y sus fuertes gemidos se hacían cada vez más intensos y agudos. Yo instintivamente le acaricié con una mano la mejilla y puse mis dedos en su boca. Ella gemía y gritaba, y me chupaba y mordía los dedos de vez en cuando.

Su placer aumentaba, y acabó experimentando un fuerte orgasmo.

Yo me cansé de la posición del perrito, por lo que saqué mi pene de su interior y la tumbé bocabajo, poniendo una almohada entre la cama y su vulva, para tener su culo elevado y en un ángulo más cómodo.

Sin previo aviso, volví a metérsela velozmente hasta el fondo. Ella volvió a gemir, y pronto volvimos al ritmo anterior. Me follé con violencia su culito mientras ella me pedía más y más, hasta que mi cuerpo llegó al límite, mi vista se nubló y acabé corriéndome en su interior con una explosión de placer.

Seguí embistiendo a mi hermanastra unas pocas veces más, bajando el ritmo, y me acosté sobre ella sin salir de su culo.

Estuvimos un minuto así y me confesó con una dulce vocecita que le encantaba sentir mi leche calentita en su interior. Salí de ella y me tumbé bocarriba. Ella seguía bocabajo y yo le acaricié el cabello. Ella llevó su mano a mi pene flácido y con algo de semen. Se incorporó y comenzó a chupármela. Consiguió que volviera a tener una erección y yo empecé a jadear. Me encantaba sentir su lengua jugar con mi miembro viril. Tardé en correrme, pero al final lo hice y le llené su boquita con mi leche. Ella se lo tragó todo y se relamió mirándome.

- Yo soy tuya, y tú eres mío -, me dijo. - No quiero dejar de ser tu amante -, dijo.

Y se acostó encima de mí, posando su cabeza en mi pecho, escuchando los latidos de mi corazón.

En ese momento supe que éramos los enamorados más felices sobre la faz de la Tierra.»

Relatos eróticos - HermanastrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora