7 - Con las manos en la masa (II) [+18]

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Era el último día de julio y el último día de trabajo antes de las vacaciones. Normalmente íbamos a la panadería mi madre y yo juntas en un turno, y mi padrastro y Ernesto juntos en el otro turno, pero como nos íbamos al día siguiente de vacaciones, mi madre y mi padrastro tenían que arreglar antes unos asuntos del banco. Eso significaba que ellos no podrían hacer el turno de mañana, ya que el banco no abría por la tarde; por lo que tuvimos mi hermanastro y yo que madrugar para hacer el turno de mañana.

Subimos la persiana metálica a eso de las seis, entramos a la tienda en penumbra y tras encender la luz volvimos a cerrar la persiana para evitar que entrara alguien ajeno.

El local tenía una trastienda en la que estaban los hornos y todo lo que se necesitaba para los asuntos de panadería y repostería.

Aunque el día se presentaba largo, Ernesto y yo estábamos animados. El motivo era, como ya habíamos hablado el día anterior, que como tendríamos toda la tarde libre solos en casa podríamos follar por fin. Solo quedaban seis horas de trabajo.

La tienda no habría hasta las ocho y media, así que en dos horas teníamos que cocinar los pedidos que encargaron los clientes la tarde anterior, aparte de los panes que tenían que estar preparados antes de esa hora. Por suerte, la masa de los panes estaba preparada del día anterior.

Normalmente los pedidos eran postres o empanadas de atún o de carne.

Yo revisé la lista de los encargos y se los fui diciendo a mi hermano junto con los ingredientes necesarios, que fue sacando y colocando sobre la mesa de elaboración.

- Primer postre, bocaditos de nata -, comencé. - Ya están hechos los bollitos, saca solo la nata.

Ernesto alcanzó la nata de un estante elevado y la puso sobre la mesa.
Era yo quien le decía los ingredientes porque él, por ser más alto, llegaba a todos mientras que yo tendría que haberme subido a un taburete.

- Tortitas gallegas -, continúe. - No tenemos la masa preparada de esto. Necesitamos huevos, anís, canela y... ¿Qué haces?

Mi hermano no estaba sacando lo que le había indicado. Por el contrario, había abierto el armario de los siropes, había cogido el sirope de chocolate y lo había puesto sobre la mesa, todo ello mirándome con una media sonrisa pícara.

Yo era algo inocente, al menos algo más que él, pero intuí lo que se proponía. Sin embargo, teníamos trabajo que hacer.

Se lo empecé a decir cuando lo vi aproximarse a mí, pero él me calló con un beso apasionado. Él me deseaba y yo lo deseaba a él, por lo que le seguí el beso. Tras unos segundos le separé y le dije que si no cumplíamos los encargos perderíamos clientes.

Él siguió besándome. Volví a separarme de él.

- ¡Ernesto, para! -, exclamé. Luego continué, más calmada.
- Te quiero, y quiero hacer esto, pero si perdemos clientes, perdemos el negocio.

Él me miró directamente a los ojos, y posando sus manos sobre mis hombros y me dijo pausadamente:

- Lo sé, Elena. Y tú sabes que yo nunca antepongo el deseo al deber. He hecho los cálculos, y si precalentamos ahora el horno, aunque esté más tiempo precalentando el pan tardará menos. Sé que no quedará perfecto, pero funcionará. Y si hacemos eso, bastará con ser un poco más rápidos con los pocos pedidos que hay para cubrir el tiempo que gastemos.

La miré sorprendida. A mi hermano mayor no se le escapaba una. Por situaciones como esta sé que vale la pena confiar en el casi cualquier asunto. Sin darme cuenta sonreí.

- ¿Eso es un sí? - Preguntó mientras miraba mis labios con deseo.

Mi respuesta, aunque no verbal, fue afirmativa. Mis mis ojos fueron también hacia sus labios y una fuerza misteriosa me fue atrayendo hacia ellos mientras mis ojos se cerraban lentamente, hasta que pude rozar su boca. Entonces el depositó un suave y corto beso en la mía. Se separó, nos miramos a los ojos y, pensando lo mismo al mismo tiempo, volvimos a enredarnos en un nuevo largo y apasionado beso, como el primero.
Ernesto me quitó la camiseta corta de tirantes que llevaba y yo le correspondí quitándole la suya, para luego quitarme el sujetador mientras seguíamos besándonos. Él llevó una mano a mis nalgas y la otra a un pecho.
Me besaba con ardor. Separó sus labios de los míos para llevar sus besos al pezón que me quedaba libre al tiempo que se agachaba ligeramente, me empujaba con suavidad y bajaba la mano que tenía en mi nalga hacia el contramuslo. Me levantó en peso y me puso sobre la mesa. Me empujó hacia atrás y yo pegué la espalda a la fría superficie metálica. Ernesto me quitó, con mi ayuda, mis pantalones cortitos y mis braguitas, dejándome completamente desnuda. Luego terminó de desnudarse él y alcanzó los botes de nata y sirope de chocolate. Esparció dos círculos de nata alrededor de mis pezones y se lanzó a chuparlos. Como la nata desapareció pronto, repitió la misma operación usando esta vez el sirope. Con eso tardó más. Cuando acabó, abrió mis piernas y puso un poco de sirope en el interior de mis muslos, llegando casi hasta mis labios vaginales.
Lamió sin parar como un perrito herido, y cuando acabó se lanzó a por mi clítoris. Se agachó, con un dedo levantó el capuchón del clítoris y se llevó a la boca la guinda del pastel. Llevábamos tanto tiempo sin hacerlo que me sentí volar. Cerré los ojos y traté de disfrutar al máximo. Tras unos minutos se separó, supongo que porque estaba incómodo en esa postura, y yo bajé de la mesa. Le agarré con una mano el pene, que ya estaba algo duro, para terminar de completar su erección. Cuando estuvo bien dura y crecida le esparcí una tira de sirope por el tronco y un buen chorro en la parte de arriba del prepucio que cubría el glande, me agache y me comí su polla enterita. Me llegó hasta el fondo y se la chupen como si fuera su putita. Después de un pequeño rato me levanté, me pegué a la mesa y le pregunté a mi hermano si había bajado condones.

- En la cartera tengo uno -, respondió él.

- Póntelo -, le ordené. - Quiero que me empotres.

Él obedeció sin pensarlo, ciego por la lujuria. Tardó unos segundos en ponérselo, y cuando lo hizo me dobló contra la mesa y en esa salvaje posición me metió de golpe su gran miembro por mi vagina, que estaba bien lubricada por la lamida y los fluidos propios que había expulsado por el placer.

Su polla se deslizó con gran velocidad hasta chocar con la entrada a mi útero, y di un respingo acompañado de un gemido. Mi hermanastro la sacó completamente y volvió a meterla igual de bruscamente, pero esta vez no paró ahí y comenzó a follarme a una velocidad de vértigo. A cada estocada que daba, la pesada mesa se movía hacia delante al son de mis gritos de placer. Estoy segura de que a esas silenciosas horas, quien pasara a menos de dos o tres cuadras oiría algo de mis gemidos y gritos.
Ernesto siguió follándome durísimo mientras yo le pedía más, hasta que llegó a un ritmo al que nunca habíamos llegado. Tenía una mano apoyada en mi espalda, oprimiendo mis ñechos contra la mesa, y con la otra me agarró del pelo y tiró levemente hacia sí, de modo que yo miraba al frente.

El placer fue en aumento hasta que llegó el esperado punto de no retorno. La última ola de placer comenzó a asolar mi cuerpo, que se tensó y empecé a correrme. Yo gemía el nombre de mi hermano mientras él seguía follándome duro. Una y otra vez, y otra, y otra. Para cuando acabé de correrme, Ernesto empezó a gruñir, y tras unos diez segundos se corrió el también en el preservativo. Deceleró el movimiento y salió de mí. Me soltó el pelo, se agachó, dio un lametón a mi empapado coñito y luego me incorporé para besarle y probar mi propio sabor.

- ¿Quién quiere un pastel teniendo a la pastelera? - dijo cuando nos separamos.

Sus ocurrencias siempre me hacían reír.

Limpiamos todo, nos vestimos y nos pusimos manos a la obra.

Esa mañana tuvimos que trabajar el doble de rápido, pero mereció la pena y por suerte, dio tiempo a todo. A día de hoy creo que esa fue una de las mejores experiencias sexuales que he tenido nunca.

Relatos eróticos - HermanastrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora