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Una misma mañana en una misma casa, en un mismo ambiente, en un mismo silencio odioso.
Llevé la mirada hacia el despertador, pues había estado sonando ya por un buen rato, pero yo recién me enteraba. Mi abuela me estaba llamando, pero no tenía tantas ganas de ir hasta donde ella estaba. Sin embargo, no quería llevarme un mal rato por una simple desobediencia. Me levanté como pude, luchando contra las ganas de volver a la cama, pues el frío pronto arropó mi cuerpo de forma práctica y facilitada. Y, lamentablemente, no solo era por el frío.
Me puse el uniforme, siquiera me había molestado en fijarme mi figura en el espejo, pero tampoco como que pudiese ver mi reflejo en él. No de la forma que todos solían hacer, incluyendo aquella rubia.
Mi abuela me acomodó el cabello antes de irme, cosa que me pareció una pérdida de tiempo ya que me despeiné en el camino.
Un mismo barrio , para ir a la misma escuela, donde estaban las mismas personas. Todo era lo mismo. Todo era tan monótono y aburrido.
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Sentí mi mejilla arder, por lo que sumergido en una incomprensión total, fijé mi mirada en la figura en frente mío. No era la primera vez que un picor como ese era dado en la zona, pero sí era la primera vez que era ella quien me lo proporcionaba. Eso me sorprendió tanto, que siquiera fui capaz de articular palabra alguna. Sin embargo, sabía que me lo tenía merecido, tenía sus razones. De todos modos, me mantuve en calma y la miré, en busca de una respuesta lógica ante ello. Pero tan pronto como me atreví a verla, pude sentir como una fuerte opresión en mi pecho comenzaba a hundirme más y más en mi propio lugar. Como si el mundo se me viniera encima, una culpa absoluta.
Sus previos bermejos y aterciopelados labios se encontraban partidos y engrietados ante las leves curvas de piel inflamada, casi de un mismo tono desbordante de su nariz, que sutilmente había sido corrida por un par de dedos ajenos a los nuestros. Su figura cerrada, pude notar la inseguridad y desconfianza. Eso me hizo sentir todavía peor. Principalmente por la forma en la que me miraba, pues aquel manto en el cual tantas estrellas solía pintar, dejó que se apagasen así sin más. Su única brillo era proporcionado por las solemnes lágrimas que eran acumuladas en sus cuencas, luchando por no salir. Oh, querida Haruka, ¿hasta cuándo fingirás ser valiente?
—Haru, yo...
—No, no hables —parecía firme con sus palabras, pero su voz sonaba rota—. Tú... Mierda.
—Escucha lo que tengo por decir, no estaba muy cuerdo y-
—No. No fue la primera vez, me mentiste, me dijiste que nunca lo habrías hecho. Esa chica... Pude haber sido yo. Fuiste- Tú eras [...] idéntico a ellos. Esto es... Horrible —su mirada sobre mi ser terminó por repugnarme, pero sabía bien y reconocía que la culpa era mía, por lo que decidí permanecer callado—. Creí que- [...] ¿Por qué, Nagisa?
—Porque soy patético, Haruka. Soy malo ante sus imbéciles ojos, un ruin. Y yo no puedo cambiar eso. Lamento que lo hayas tenido que saber por él, pero no soy- Eso. Ya no más. Y está bien si estás enojada conmigo, te lo justifico con cada parte de mi ser, pero por favor... Que no sea mucho tiempo.
Pude sentir cómo su mirada seguía reposada en mí, al igual que su silencio, el cual fue más que una clara respuesta a mis palabras. Rápidamente, el picor en mis ojos se pronunció, cosa que respondí mordiéndome mi mejilla de forma interna, no quería largar todo eso teniéndola a ella en frente mio. No lo merecía, no merecía que un.... Abusador como yo se victimizara de esa forma. Pero yo también era un humano, mi abuela siempre me lo había remarcado, eso yo lo sabía. Entonces....
¿Por qué era de esa forma? ¿Por qué me cerraba? ¿No era Haruka una persona de confianza? Tal vez el que estaba mal era yo, ¿por qué no confiaría en mi propia pareja? Pareja a la que sometí en cosas indebidas. Tal vez ella también me miraba con miedo, así como yo lo hacía. Tal vez era cierto y ella no merecía estar conmigo, no cuando mis acciones solo le hacían pensar de más...
Yo mismo me hacía pensar de más.
Y fue aquello mismo lo que me hizo largar todo. Entre los pálpitos de mi figura lastimada y la calidez del cuerpo de la más baja rodeando el mío con sus delgados y helados brazos, ella estaba apegada a mí de una forma que sentí peculiarmente familiar, y de eso yo no quería separarme de ninguna forma. Me sentía cómodo, era un abrazo en consecuencia de un sentimiento modesto; y ella se mantenía cauta para mí, cosa que apreciaba tras acariciar su sedoso ya áureo cabello.
—Ya has hablado mucho, Nagisa. ¿Por qué lloras? Uhm... Hey, yo te entiendo.
Oh, querida Haruka, ¿por qué siempre llevas en tu corazón a aquellos que no merecen tu cordialidad? ¿Cuándo será el día que aprendas que te vales por ti sola? Fuese como fuese, tu amabilidad siempre restaría en mi memoria, y es por ello que mi aprecio es enorme, incapaz de ser puesto en palabras. Pero siendo yo un tipo de este desagradable mundo, me conformo con lo que se me es dado; y tú te conformas con un simple agujero donde puedes ver al otro lado de la cerca. Pobre alma en agonía, tan cauta, tan digna, danzando con la muerte de otra alma desprotegida, proveniente y semejante de un algoritmo de idas y vueltas sin punto de partida. Eterno en cada sentido que se explayara, como la dureza del trato proporcionado.
Y yo, lamentando haber sido el del canto, decidí por rodearla con mis brazos, esperando ser lo suficiente para otorgarle seguridad. Aquel día, habiendo sido ella entregada a mi persona; yo, tomando con cuidado, cedí la mía a su persona, cuidada por roces y caricias engatusantes.
Pero seguía siendo lo mismo si ella no estaba. Era la misma casa, la misma cama, el mismo país. Incluso teníamos siempre las mismas razones para darnos esto. Y en eso, dejé que mi suspiro de alivio fuese otorgado como cierre de aquel bucle que conformaba mi vida.
Perdóname, Haruka, nunca pude decirte por qué. Nunca pude contestar todas tus preguntas como prometí y nunca pude besar tus manos de la forma que querías. Perdóname, pero principalmente por haberte lastimado sin haber sido esa mi intención real.