★. Un abrazo previo

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     Siquiera sabía las razones del chico por hacerlo, pero cada vez que tenía una cercanía a su persona, o en este caso un momento de intimidad, el mismo únicamente contemplaba su figura como si fuese algo que admirar. Haruka no lo consideraba de tal forma, sino que de su cuerpo tenía un pensamiento de repugnancia ante su solo mirar. Tenía mejillas muy grandes, se podían agarrar con facilidad, más el hecho de que su pálida piel solo hacía posible el visible enrojecimiento de sus mejillas ante la impureza del aire. En contraste a ellas, su cuerpo era muy delgado, demasiado tal vez; no dejaba visible curva alguna que pudiese ser nombrada, su pecho plano, al igual que su parte trasera. Sus piernas, que a duras penas podían mantener su propio peso, también padecían un cenceño considerable, y eso le disgustaba. Todo de ella le disgustaba, no podía comprender cómo era que la gente podía agradarle semejantes características, principalmente siendo ella la portadora; una persona cuya personalidad, por no decir que monótona y sosa, era algo reservada en cuanto un humor afable o algo que compartir.

     Y era por esa razón que los gustos de Nagisa Keisuke le generaban curiosidad, pues ella se encontraba entre ellos, nunca dudó de eso. Él siempre se lo dejó en claro, y tal vez eso era algo que le gustaba de su persona, el sentimiento de que podía ser algo junto a él.

     Porque no había nadie en su entorno que la tratase como Nagisa lo hacía, no con esa delicadeza y dedicación, incluso estando él con sus propias problemáticas. Escasas veces, por no decir que nulas, interpuso sus temas en medio de la relación, y eso le gustaba. Le gustaba poder sentirse algo, saber que en la historia de esos almendrados ojos, ella no era mala persona; no lo era, ella no era mala persona, era una humana y solo pedía respeto digno. Y eran sus toques, lo que la hacían sentir como si estuviese respirando nuevamente.

     El sentimiento de humanidad se sentía válido a su lado.

—Lamento no tener un pecho más grande —eran algunas de sus palabras a medida que el chico veía su cuerpo, avergonzada por lo que el otro tenía que ver. Extrañamente, nunca le llegó un solo comentario negativo, como siempre esperaba.

—No, a mí me gusta —eran sus palabras; unas suaves y cautas, repletas de confianza—. Eres bonita, Haruka.

—No digas eso.

     El mayor en estatura se dedicaba a reír
 con la ocurrencia de la joven —no en un sentido negativo—, sino que era más una sonrisa de ternura y comprensión. Al fin y al cabo, siempre fue muy comprensivo con su persona, incluso en esos momentos. Reconocía los comentarios de sus compañeros con respecto a figuras femeninas, y también reconocía su gran complejo. Por eso, Nagisa se dedicó a amar cada perfecta imperfección que la áurea creía tener; Haru, se dedicó a amar a Nagisa por su persona, el complejo y lucha que tenía consigo mismo día a día. Entre los dos se dieron esa atención y esas afirmaciones que necesitaban, porque donde uno parecía percibir una aberración, parecía ser que el otro estaba destinado a amar aquel lado. 

     La joven sentada sobre el regazo del pelinegro, con el uniforme superior deshecho, solo cediendo a sus toques, paralelo a que el enrojecimiento en sus mejillas era mayor al que naturalmente tenía. Siquiera sabía con certeza la razón de dejarse llevar tanto por la situación, o de soltar aquellos sonidos únicamente porque no se veía en la vergüenza de cubrirlos, o por lo menos no en esa ocasión en específico. Y sin saber una razón, la ahogaron las ganas de entrar en un prolongado llanto. ¿Por qué era la sexualidad lo que despertaba aquellas emociones? Y sexualidad en varios ámbitos, pero principalmente en las relaciones. Por lo menos en su caso, en cada momento en el que había atravesado una situación donde aquellas partes fuesen las tocadas, fue un intercale de emociones: enojo, tristeza, frustración, miedo, y ahora era placer. ¿Que podría hacer en el caso? Eso no era algo sabido por su persona, pues paralelo a que pensaba sobre ello, focalizaba su atención en el chico y lo que este hacía con su cuerpo. Sus gestos corporales también atribuían a algo, esos chicos de su colegio ya se lo habían indicado un par de veces, ajenas al momento actual. Pero esas veces fueron diferentes, el placer le había dolido. Y era por ello que lo rechazaba de alguna forma.

—Ven, démonos un abrazo.

     Eran siempre sus palabras antes y después de aquellos actos, probablemente una instancia donde dejaba ir el cansancio, dando bienvenida a un nuevo momento, lejano al anterior. O por lo menos así era cómo lo percibía aquella joven, la cual nunca comprendió las razones del chico más que por mero amor; y vaya que este era indudable. Ella solo los aceptaba sin rechistar, pues de alguna u otra forma, tenía el sentimiento de que era por algo.

     Amaba esa parte suya; él amaba que ella la reconociera, porque amaba amarla, y agradecía el día en el que sus caminos se cruzaron hace ya uno o dos años. Pero ahora era ese el tiempo de su ida y Haru se quedó con aquel sentimiento de extrañeza por las noches, la falta de ese abrazo antes de casa suceso. Sucesos recurrentes y tal vez sin relevancia, como ir a dormir. No tener aquel abrazo por parte del chico, le hacía sentir que algo faltaba. Necesitaba sus toques.

     Porque sin esos toques, ¿cómo sabría si estaba validada? ¿Cómo podría saber que ella estaba bien? Su físico cambió y su mente yacía plasmada de dudas, ¿quién le diría ahora que era lo correcto? Nadie, no había nadie, y querer eso tan específico la hacía ver como una chica caprichosa, y odiaba tanto eso.

     ¿Dónde estás, Nagisa? Prometiste abrazarla fuerte esa vez.

Pretty MessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora