La Tierra, en toda su desolación, quedó completamente devastada tras la última y brutal guerra entre nuestro hogar y el planeta Marte. Los revolucionarios marcianos, en un último acto despiadado, arrasaron con la última base terrestre en suelo marciano. Como respuesta, los terrícolas, en un acto de aniquilación total, decidieron eliminar de raíz el último vínculo entre ambos mundos. Posteriormente, llevaron a cabo la destrucción total de los campos de cultivo de Marte, dejando su economía en ruinas.
En un acto de venganza que estremeció al cosmos, Marte lanzó un devastador bombardeo sobre la icónica ciudad de Nueva York, la joya de la corona del Imperio Terráqueo, segando la vida de más de 158 millones de almas en un instante. Sin embargo, cuando la guerra llegó a su sangriento fin, un acto que desafía la cordura humana detonó la bomba atómica más colosal jamás concebida en la capital marciana de la Nueva Roma, borrando de la faz del espacio ese punto rojo que nos había llevado más de tres siglos terraformar, y con él, cualquier vestigio de vida.
El gobierno de la Tierra, debilitado por la abrupta caída demográfica, cayó ante la marea de la anarquía. Así, los continentes que en tiempos pasados estuvieron poblados y florecientes, hoy yacían sumidos en la miseria y el completo desastre.
Africa, cuna de la humanidad, fue testigo de la muerte de su propia especie. Su vasto territorio, que una vez vibró con la vida, quedó completamente despoblado a finales del siglo. A este le siguió Oceania, el continente de las maravillas naturales, que se sumió en el silencio. América del Sur, Centroamérica y Norteamérica, que alguna vez fueron tierras de oportunidad, compartieron un destino sombrío. Asia, la cuna de civilizaciones milenarias, se desvaneció en la penumbra del tiempo. Finalmente, el Viejo Mundo, Europa, el epicentro de la cultura y la historia, también cayó ante el abismo sin retorno.
¿Y Saben que es lo peor? que a medida que pasan los días y las semanas en esta soledad insondable, me sumergía más profundamente en la conciencia de que yo, de hecho, era el último ser humano en la Tierra. Cada paso que daba resonaba en las calles vacías como un eco solitario de una época olvidada.
Las ruinas del mundo exterior se habían convertido en mi compañía más constante, sus historias yacen ocultas entre los escombros, sus voces silenciadas por la implacable marcha del tiempo. Cada edificio, cada calle, llevaba consigo un recuerdo de lo que una vez fue, una prueba tangible de una civilización desaparecida.
Las noches eran las peores. Cuando el sol se ocultaba y la oscuridad cubría la Tierra, me enfrentaba a la sensación aplastante de aislamiento. El silencio se volvía ensordecedor, y mis pensamientos eran los únicos sonidos que llenaban el vacío. Hablaba con las estrellas en busca de consuelo, imaginando que eran ojos lejanos que me observaban desde algún rincón remoto del universo.
Cada día se convertía en una batalla contra la desesperación. ¿Por qué yo? ¿Por qué había quedado atrás mientras el resto de la humanidad desaparecía en el abismo del tiempo? ¿Había alguna razón detrás de esta soledad abrumadora o simplemente era una cruel ironía del destino?
La frontera entre la realidad y la fantasía se volvía cada vez más difusa. Hablaba con las sombras que se deslizaban por las paredes de las antiguas ciudades, les contaba historias a las fotografías de desconocidos que encontraba en álbumes de fotos abandonados, muy antiguos y desgastados de hecho. La locura parecía acechar en cada esquina, pero era mi única compañera en esta pesadilla interminable.
Cada día, al mirar el horizonte, esperaba ver un atisbo de movimiento, una señal de que no estaba solo. Pero el mundo permanecía en silencio, y yo, condenado a vagar por sus ruinas como el último testigo de una era que había llegado a su fin.
A pesar de la desesperación que me envolvía, me negaba a rendirme. Mantenía la esperanza, incluso cuando parecía absurda. Quizás algún día, en algún lugar, encontraría otro ser humano, y juntos podríamos enfrentar el abismo que se cernía sobre nosotros. Porque mientras mi existencia se deslizaba cada vez más hacia la locura, la idea de que no estaba solo era la única chispa de luz en medio de esta oscuridad infinita.
Pero despues de semanas, llegó un día en el que finalmente abandoné toda esperanza de encontrar a otro ser humano en esta Tierra desolada. Las décadas habían pasado, y mi existencia solitaria se había vuelto una pesadilla monótona y eterna. Cada día, mirando el horizonte, esperaba en vano un atisbo de vida.
Fue en ese momento, en la profundidad de mi soledad abrumadora, cuando algo en mí cambió. La realidad misma se volvió borrosa, como si estuviera atrapado en un sueño interminable. Me encontraba en medio de una crisis existencial que estalló como una supernova en mi mente.
¿Quién era yo realmente en este mundo vacío? ¿Cuál era mi propósito en una Tierra sin propósito aparente? ¿Era un sobreviviente o un condenado? Las preguntas se amontonaban, y las respuestas parecían esquivas y escurridizas como sombras en la oscuridad.
La noción del tiempo se volvió un enigma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que vi por última vez a otro ser humano? ¿Había pasado una vida entera, o simplemente un instante fugaz en el tiempo? Las estaciones se sucedían sin testigos, y los días se derretían en las noches sin fin.
Me senté en un monte desértico mientras contemplaba el ultimo amanecer que mis ojos veían. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente y el viento susurraba entre las rocas, y la vastedad del paisaje parecía abrazarme con su indiferencia. Miré hacia el cielo, esperando encontrar algún consuelo en las estrellas distantes, pero lo que vi fue mucho más que eso.
Una luz intensa y deslumbrante apareció en el firmamento, pero estaba lejos de ser una luz común. No era el brillo del Sol ni el resplandor de una nave espacial. Era una luminosidad celestial, una presencia que parecía trascender la realidad misma.
Mi corazón latió con fuerza en mi pecho mientras observaba la luz, llenándome de un temor abrumador. ¿Era una nave espacial extraterrestre, cargada de marcianos que habían sobrevivido? ¿O quizás se trataba de un cometa o asteroide gigante, una última catástrofe que sellaría mi destino? Incluso, la idea de que podría ser Dios, olvidado durante mucho tiempo, que venía en mi búsqueda, se cruzó por mi mente.
La luz se expandía desde el horizonte, iluminando todo a su paso con un fulgor sobrenatural. Era como si el universo entero se concentrara en ese destello deslumbrante. La Tierra, sus cicatrices y su tristeza, quedaron eclipsadas por la magnificencia de este fenómeno.
Mi existencia terrenal parecía disolverse en medio de esa luminosidad abrumadora, y me encontré atrapado en un torbellino de emociones. ¿Era esta mi redención o mi perdición? ¿Era un encuentro con seres de otro mundo o un choque final con la divinidad?
Las respuestas se escapaban de mi alcance, y la incertidumbre se convirtió en una pesada carga. Pero en ese momento, en medio de la brillante explosión de luz, me di cuenta de que la vida, en última instancia, es un enigma sin respuestas definitivas. Mi existencia, con todas sus preguntas sin resolver, se había fundido con la eternidad en un final que dejaba al universo como el último testigo de mi paso por este mundo brutal.
De todas formas, apenas cerré mis ojos por un instante, pude sentir como mi existencia habia llegado a su fin.
Y ese fue el ultimo atardecer que vio la humanidad.
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Cuentos delicados
NouvellesEs sabido que no hace falta leer libros enormes para quedarse atónitos del miedo y del drama. Solo hace falta un par de pagina para lograr el mayor grado de horror. En este libro, numerosas historias intrigantes, amorosas y horrorizantes estarán a l...