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Hay dos tipos de ciegos. Uno es el que no puede ver, y el otro es el que no quiere.
     El primero es inevitable. El segundo es incomprensible.
     Yo no había querido ver durante ocho años. Por orgullo y obstinación.
Por esa rabia que me mantuvo alejada durante tanto tiempo a la espera de una disculpa. Sin ser consciente de que esa persona quizá no sintiera que debía justificarse.
     Puede que esa persona también hubiera estado a la espera de algo por mi parte.
     Una llamada.
     Una visita.
     Una explicación.
     Puede que también se hubiera sentido  abandonada.

La fragilidad de un corazón bajo la lluvia - María MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora