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El miedo tiene sus propias reglas. Fluye dentro de nosotros con la desesperanza y el desasosiego como única corriente. Siempre aparece en silencio, furtivo, y no existen remedios para combatirlo, salvo cerrar los ojos y rogar para que desaparezca.

El miedo prefiere la noche, cuando duermes y tu mente es más vulnerable. Se esconde en los sueños y los transforma en pesadillas, tan pavorosas, tan reales, que prefieres permanecer despierto a enfrentarte a él. Me perturbaban mis pesadillas, pero me asustaban aún más mis recuerdos, mis propios pensamientos. Dormido o despierto. Durante el día o la noche, el miedo me seguía como un fantasma y nada ni nadie podían evitarlo.

Una parte de mí deseaba que parase. Otra latía convencida de que merecía ese sufrimiento. Y, mientras tanto, no podía hacer otra cosa salvo esperar.

La fragilidad de un corazón bajo la lluvia - María MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora