The (real) first.

22 1 0
                                    

Desde que tengo memoria la frase favorita de mi padre es "Newton dijo que toda acción tiene una reacción, recuerda que todo lo que hagas tiene una consecuencia y dependiendo de tus acciones, será buena o mala"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Desde que tengo memoria la frase favorita de mi padre es "Newton dijo que toda acción tiene una reacción, recuerda que todo lo que hagas tiene una consecuencia y dependiendo de tus acciones, será buena o mala".

Tenía cuatro años la primer vez que la escuché y en realidad no entendí una mierda.

Empecé a entender el concepto de acción-reacción cuando dos meses después la piel de mis manos fue destrozada por el mismo hombre debido a algo que, bueno, ni siquiera recuerdo con claridad.

Ahí comprendí que si quería que todo saliera bien, debía ser el bien humanizado.

Le pedí a la señora Collins, la, en ese entonces, esposa de mi progenitor (no se merece el título de papá), que me enseñase a leer y ella aceptó amablemente, aunque dudo que realmente tuviese algún tipo de esperanza.

Aprendí a leer, escribir, sumar y restar antes de entrar al preescolar y gracias a ello recibí el apodo de "genio" además de felicitaciones y miradas orgullosas de mi padre y su mujer.

Pensé que esa era la reacción de mi acción.

No pude estar más equivocado.

¿Sabes, o siquiera puedes imaginar, qué es lo que se hace con los "genios" cuando recién están descubriendo su potencial? ¿No?

Sencillo, se les aísla y exige el doble que al resto.

Durante mi preescolar siempre me sentaba solo en la parte de atrás del salón tratando de aprender algo por mi cuenta, todo gracias a que lo que la maestra trataba de enseñar a los niños con un desarrollo normal, yo ya lo sabía; además de no poder desarrollar mis habilidades sociales (que es de hecho la razón, o se supone debería serlo, por la que vas a la escuela), debido a que mis compañeros se sentían amenazados por mi presencia e "inteligencia".

Amablemente me alejaron en varias ocasiones y fue ahí cuando entendí que no me querían cerca, empecé a aceptar el rechazo resignándome a estar en la parte trasera del aula.

(Amablemente es otra forma de decir que me trataron del asco e incluso llegaron a golpearme y arruinar mi preciado cabello, la única parte de mi cuerpo que consideraba realmente mía).

Después de un año, de tortura si me preguntan, mi padre descubrió que enviarme a la escuela era una simple y sencilla pérdida de tiempo porque en realidad no estaba aprendiendo; decidió que me alejaría del sistema educativo tradicional para adiestrarme, digo, instruirme en casa.

Creo que naturalmente podemos llegar a la conclusión de que, sí, soy alguien un poco inteligente, pero no tengo habilidades sociales y mi relación con mi progenitor, y todas las distintas esposas que ha tenido, se basan estrictamente en el miedo, el respeto y la disciplina.

Podría decirse que fui criado en un régimen militar en el que si las cosas salían bien era mi deber pero si algo salía mal recibía un castigo que dependiendo de lo benevolente que pudiese llegar a sentirse el distinguido caballero podían ser azotes, o un par de días encerrado en el sótano hasta que aprendiera lo que él estaba tratando de enseñarme.

Nunca rompí los reglas.

Bueno, sólo una vez me atreví a hacerlo y no fue romper las reglas del todo.

Recuerdo perfectamente que cuando cumplí mis once años, él se emborrachó en mi honor y yo, un niño curioso que había visto la llegada de un vecino nuevo desde la ventana del sótano, decidí que debía aprovechar mi oportunidad y tratar de conseguir un permiso para salir.

Que Dios me perdone por engañar a mi padre.

Lo conseguí y, haciendo un par de cálculos, deduje que podría pasar entre tres y cuatro horas fuera de casa antes de que el señor lo notara o mi nueva madrastra decidiera ignorar el par de monedas que le di y me traicionase como cualquier espía en apuros lo haría.

Recuerdo correr hasta llegar al jardín del vecino, temblar al tocar la puerta y quedarme pasmado al ver a un chico de mi edad lleno de pequeños lunares.

Recuerdo perfectamente su nombre (¿cómo no? es mi mejor amigo), Lee DongHyuck, recién llegaba desde Corea y aún no sabía bien el idioma.

Hablamos poco y más en señas que con palabras, pero fui genuinamente feliz.

Tan feliz que olvidé mis cálculos y para cuando llegué a casa, lo primero que recibí fue un golpe en el rostro antes de que mi padre, completamente molesto, tomase mi mano y decidiera quemarme el dorso dejando una horrorosa cicatriz en forma de mancha para que pudiese aprender la lección.

Pero vamos al presente, ¿alguna de estas acciones ha tenido repercusiones en mi ahora?

Por supuesto que sí.

No por nada me considero un poeta reprimido por el malvado ogro llamado traumas generacionales.

¿Estará bien usar esa palabra? Trauma.

Quizá deba dejar de leer tanto a Freud.

Hyuck dice que es parte de mi encanto, el ser una persona poco sociable que habla sólo cuando es necesario, comúnmente en clases y para refutar o aclarar ideas e incluso preguntar para tratar de comprender mejor un tema.

Él dice que tengo un pequeño club de fans pero lo único que yo veo cerca de mí es el grupo de abusadores que probablemente tuvo algún tipo de problema en la etapa del complejo de Edipo que aún no logra solucionar y termina por ofrecerme cosas inconcebibles que ni siquiera me siento con la seguridad de mencionar aquí.

Después de tanto divagar (en realidad termino el trabajo final de este semestre de matemáticas, la materia del señor Lee), empiezo a sentir hambre, así que decido bajar a la cocina y opto por tomar unas tostadas y mantequilla, llevo conmigo un plato y un cuchillo haciendo malabares para regresar a mi habitación porque he decidido comerlas mientras termino mi proyecto.

¿Qué podría salir mal?

Butter(fly) effect.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora