Parte 1

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Debo ser la única persona que le ve algo positivo al bullyng (acoso escolar). Lo sé. Con toda razón dirán que estoy loca. Ni mucho pretendo que estén de acuerdo, pero espero que me entiendan. Y para ayudar que eso suceda, les contare la historia desde el inicio.

Mis padres hicieron cuanto pudieron por ayudarme pero sin resultados. El kindergarten (jardín de niños) y la escuela fueron una larga tortura, pues al padecer fobia social no solo no hice ni un amigo, sino que me acosaron de todas las maneras que se puedan imaginar, con lo que con todo y tan joven llegue e a pensar seriamente en terminar con mi vida. Si no lo hice, fue únicamente porque mis maravillosos padres no merecían pasar por eso.

Meses antes de empezar el highschool (ya entrando a la adolescencia), me anote en un curso de repostería profesional para niños, lo cual se convertiría en mi gran pasión, y de paso marcaría un antes y un después en mi vida, pues de alguna manera que no se explicarles, me dio lo necesario para empezar a superar mi fobia y hacer amistades (algunas de las cuales perduran hasta hoy día (pocas si pero MUY buenas).

Cuando llegó el momento de irme a la universidad, queriendo ayudar a otros como en su momento hicieron conmigo (o al menos lo intentaron), decidí estudiar sicología especializándome en social. Resumiendo mucho, el sicólogo social se ocupa de detectar situaciones de exclusión y vulnerabilidad social, y trazar planes para integrar en la sociedad a quienes las padecen. A los veintiséis años, tenía mi maestría (el grado más alto para un estudiante), que dedique a la memoria de mi adorado papa, fallecido dos años antes, mientras se recuperaba de un gravísimo accidente de tránsito. Lo ¿bueno? es que murió en mis brazos y por su sonrisa sé que se fue en paz (o eso quiso trasmitirme al menos).

Ya recibida y trabajando a tiempo completo, en mi tiempo libre empecé a trabajar en Esperanza de cambio (E.d.c.). Una organización sin fines de lucro, que trabaja intentando integrar en la sociedad a homeless (personas que viven en la calle). Por sorteo, la primera vez que trabaje allí, a mi equipo e toco en la plaza cercana a E.d.c. donde prácticamente habían "armado" un barrio. Allí seria que lo vería por primera vez.

Estábamos repartiéndoles el almuerzo, cuando vi que cuando se le acercaron, empezó a temblar y sudar, y se agarró el pecho y el estómago como si le dolieran. Entre otros, los síntomas de fobia social. Les hice un gesto a mis compañeros d que yo me encargaría. Me arrodille a su lado, y mirándolo a los ojos tome sus manos y las acaricie, mientras le hablaba en voz baja. Me llevo su buen rato pero se iría calmando.

Aquello me removió interiormente, pues era como si me estuviera viendo a mí misma años antes. Estaba decidida. Si los encargado de E.d.c. me daban permiso, y el (entonces) desconocido estaba de acuerdo, lo llevaría a casa y haría cuanto pudiera para convertirlo en u hombre autosuficiente. Algo me decía que sí. Que con tiempo y trabajo podía lograrlo. Y cuando se me mete algo en la cabeza, es en extremo difícil que cambie de idea. 

El pasado nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora