Capítulo III: ¿Todo bien?

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Después de aquel beso que le robé porque sentía que tenía el derecho de hacerlo, comenzamos a salir. Ya no solo lo hacíamos como amigos, si no que como "algo más". Estaba realmente muy feliz con lo que habíamos construido y que, por fin, nos dábamos cuenta de que lo que habíamos construido era mucho más que una simple amistad.

Para fortuna mía, cuando le conté a mis padres sobre mi relación con Felipe, se lo tomaron muy bien. Es más, Nuestras familias también estaban super felices con que estuviésemos juntos. Recuerdo que mi abuela junto a la abuela de Felipe, bromeaban con que ellas sabían que íbamos a terminar juntos... Era su "sexto sentido". Tú sabes... Aquel sexto sentido que supuestamente las mujeres ancianas tienen...

Literalmente seguíamos haciendo lo que hacíamos antes de aquel beso. Él venía a mi casa, o yo iba a la de él; simplemente para pasar tardes enteras riéndonos, pero con la diferencia de que ahora eso iba acompañado de un par de besos y un te quiero de por medio...

Un día, me sentí extraño. Era una sensación como si algo hubiese cambiado dentro de mí. Definitivamente no era la pubertad. Era algo intrínseco. Algo que no supe explicar en ese minuto.

Siempre después de la escuela, nos íbamos a la casa de alguno, pero en esta oportunidad, Felipe no había ido a la escuela en la mañana, por lo que iba a ir a su casa en la tarde para poder ver la peli de La Bella y La Bestia, que habíamos rentado en el Blockbuster antes de que cerraran oficialmente en el año dos mil seis. Era nuestro panorama favorito. Él y yo, una manta, una película que no alcanzamos a devolver y mucho, mucho amor.

Lamentablemente, ese día en vez de ser uno más de los que ya estaba acostumbrado, tomaría un rumbo completamente distinto. Felipe quiso hablar.

Toqué el timbre de su casa, y me abrió su abuela Ester.

— ¿Qué tal, Javi? — Me preguntó.

— ¡Hola! Todo bien. —Le respondí. ¿Y usted?

— Bueno, todo bien dentro de lo que se puede mi corazón. — Respondió la anciana. Felipe está en su habitación, te está esperando.

— Con permiso. — Le respondí mientras ingresaba a la casa.

Mientras caminaba, sentía que algo en aquel hogar estaba distinto, pero no lograba darme cuenta el que. No habían movido ningún mueble, ni tampoco habían cambiado el aromatizante.

La habitación de Felipe quedaba en una segunda planta, por lo que mientras subía las escaleras, podía escuchar el tic tac de aquel gran reloj antiguo que tenía su abuela en el primer piso. A medida que me iba acercando, pude escuchar como Felipe se sonaba los mocos... Era extraño. Él me hubiese contado que estaba resfriado...

Cuando finalmente llegué hasta la puerta de su habitación, vi que estaba entreabierta, por lo que entré en silencio. Ahí estaba, mirando por su ventana que daba a un parque precioso. Comencé a acercarme a él, y pude percatarme que tenía una cajita de pañuelos cerca de él, y un basurero lleno de ellos. Fue ahí cuando hablé.

— ¿Estás resfriado?

Felipe dió un pequeño brinco, se limpió rápidamente la cara con un pañuelo y me respondió.

— Solo un poco... Es el polvo...

Me llamó la atención que no se diera vuelta para saludarme y recibirme con aquellos tan característicos besos que siempre me daba. Así que dejé mi mochila sobre su cama, y decidí ir a abrazarle.

— ¿Todo bien? — Le pregunté mientras le abrazaba por detrás.

— Eso creo. — Me respondió.

— ¿Qué significa eso, amor? — Le pregunté.

Después de aquella pregunta, pude sentir como se inflaba su pecho. Finalmente, inhaló una vez más, luego exhaló y se dio vuelta para verme a la cara. Esa será una imagen que jamás podré olvidar.

— ¿Puedes abrazarme más fuerte, Javi? — Me pidió.

Me llamó muchísimo la atención aquella petición, pero obviamente que accedí.

— ¿Todo bien, Feli? — Le pregunté nuevamente mientras le abrazaba y le daba besos en su frente. Tú sabes que entre nosotros no puede haber secretos.

— ¿Podemos solo quedarnos así por un tiempo? — Me dijo. Necesito recargarme de tu amor antes de hablar.

— Está bien, pero prométeme que me vas a contar. — Le dije.

— Lo juro. — Respondió.

Estuvimos parados abrazándonos al lado de aquella ventana por mucho tiempo. No sabría exactamente por cuanto, pero sé que fue bastante porque el incienso que él tenía ya estaba más que gastado.

Después, me dijo que quería que nos sentáramos en su cama. Estábamos uno frente al otro, tomándonos de las manos. Nos miramos por varios minutos en un absoluto silencio, y podía ver en aquellos hermosos ojos algo que jamás había visto tan profundamente. Me di cuenta que algo no estaba bien. ¿Me iba a terminar?

Había un silencio absoluto. Un silencio que no era normal en nosotros. Fue entonces, que decidí hacerle cariño en su mano, y producto de eso, es donde Felipe se derrumbó nuevamente. Nunca le había visto llorar de esa manera. Obviamente me preocupé, intenté calmarle y fue cuando le dije una frase que hasta el día de hoy me arrepiento.

— Todo está bien, amor. —Dije. Está bien que sueltes todo lo que sientes. — Le recalqué mientras le hacía cariño en su hombro derecho. Solo quiero saber que pasa por esa cabecita.

— No, Javier. — Me respondió sin subir la mirada. No está todo bien.

— Entonces cuéntame que ocurre para poder entender. — Le respondí.

Felipe subió la mirada, y pude ver como aquellos ojos estaban llenos de lágrimas, hasta que finalmente inhaló, luego exhaló y me dijo.

— Tengo cáncer al estómago...  Y es terminal.

En ese preciso instante, sentí como si estuviera cayendo en un juego de caída libre que hay en los parques de atracciones. Sentí que caía en un vacío constante y sin final.

Amar después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora