Capítulo VII: Santander

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A Felipe le quedaban solo dos meses más de vida, pero el prefería decir que le quedaban dos meses para poder volver a reencontrarse con sus padres, y que se irían de vacaciones permanentemente... Sé que suena a una metáfora muy difícil de poder digerir, y honestamente no sé cómo yo pude hacerlo. Supongo que definitivamente el amor que sentía por él, jugó un rol fundamental.

En ese entonces, ninguno de los dos tenía una situación económica muy buena ni muy mala. En realidad, nunca nos faltó nada porque nuestras familias nos dieron todo lo que estaba a su alcance; pero no puedo negar que me hubiese encantado tener todo el dinero del mundo para haberle cumplido todos los sueños que el tenía... Es más, recuerdo que una vez hablamos sobre lo mucho que nos gustaría conocer las auroras boreales. Así es, una idea un poco descabellada y que se nos escaba de presupuesto... Pero bueno, nos daba igual el lugar siempre y cuando estuviéramos juntos. Así que, en vez de poder llevarle a ver las auroras boreales, nos fuimos de viaje con nuestras familias a Santander, la capital de Cantabria. No queda para nada lejos de San Sebastián. Es más, queda a dos horas y media en coche, y mi padre era el único voluntario elegido dictatorialmente para llevarnos a aquel lugar.

Mi padre manejaba; mi madre iba a cargo de ir durmiendo en el asiento del copiloto; mi abuela iba conversando con Ester; y Felipe y yo, íbamos en la parte trasera del coche, abrazados. Él tenía su cabeza sobre mi hombro y yo tenía mi brazo dando la vuelta por detrás de su cabeza con mi mano tocando su hombro izquierdo. También, Felipe llevó un par de auriculares, con los cuales él había preparado una playlist para el viaje. Alguna de las canciones que recuerdo que había puesto, eran:

- Contigo aprendí de Armando Manzanero

- Iris de The Goo Goo Dolls

- Lovers never say goodbye de The Flamingos

La mayoría de las canciones que Felipe había elegido, eran en inglés... Fue super astuto de su parte, porque yo aún no entendía absolutamente nada de ese idioma.

Cuando llegamos, mi abuela nos despertó para que nos bajáramos del carro, y ayudáramos a llevar los equipajes. Nuestro hospedaje sería en el "Hotel Costasan". Esa fue la recomendación de una amiga de mi madre en su trabajo, así que veníamos con unas expectativas bastante altas... Finalmente, íbamos a tener aquellas vacaciones que necesitábamos junto con mi Felipe.

El hotel quedaba a escasos metros de la playa, pero eso no era lo que más nos entusiasmaba con Felipe, porque San Sebastián está rodeada de mar. Lo que más nos emocionaba era recorrer un lugar nuevo, pero juntos.

Santander es un lugar verdaderamente hermoso. Es un pueblecito muy pequeño, y sus habitantes son muy amigables. Es más, el primer día antes de la cena, estábamos paseando con Felipe y me pude dar cuenta de que estaba viendo mucho una florería. Obviamente no me iba a pedir nada, porque ya con ese viaje habíamos gastado mucho dinero, pero él no sabía que yo había trabajado doble turno en mi trabajo como mesero solamente para gastar ese dinero en este viaje.

— ¿Quieres entrar a ver las flores? — Le pregunté.

Felipe se demoró un tiempo en responderme, pero finalmente asintió.

Cuando entramos, el aroma de las flores perfumaba todo el lugar. Obviamente, era una florería... Nunca en mi vida había visto tantas flores y de tantos colores en un mismo espacio. Si me preguntas que cuales había, no sería capaz de decirte una más allá que las rosas. Específicamente porque eran las flores favoritas de Felipe... Mientras él se daba vueltas viendo cada flor con más asombro que la anterior, yo me acerqué a la florista y le pedí un especial favor.

— ¿Ve a aquel chico con la camisa celeste y líneas blancas? Él es mi novio, y me gustaría regalarle un racimo de rosas rojas. — Le dije.

— Y bien, muchacho guapo. ¿Cuántas rosas quieres? — Preguntó ella.

Amar después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora