Capítulo VIII

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Si tu fuego ilumina mi alma y mi punto final eres tú. Qué me importa perder la batalla, si al final del camino, eres mi Dios y mi Cruz.


No sé a ciencia cierta si no podía o no quería moverme. Tenía a Ville frente a mí aun sosteniendo mi mano. Nos mirábamos fijamente a los ojos y a lo lejos me llegaba la voz de Amir que le decía a mi primo:


- Su Alteza. Señor creo que es mejor retirarnos – yo escuchaba esas palabras como si estuvieran a kilómetros de distancia, no junto a mí.


- Pero... Amir... ¿qué pasa? – dijo un confundido Felipe, yo podía sentir que me miraba y lo miraba a él, pero nosotros no queríamos ni podíamos desprender la mirada de nuestros respectivos rostros. 


- Yo le explico señor. Vámonos – de haber podido, Amir habría arrastrado el honorable trasero real fuera de allí. Lo conozco. 


Finalmente y con total franqueza les digo, no tengo idea de en qué momento Amir logró llevarse a Felipe dejándonos solos. Yo no podía articular palabra. Meses sin verlo, meses enteros sin saber de él y un cúmulo de sentimientos retorciendo mi interior. Una mezcla de euforia, dolor, felicidad que rayaba en la locura. Cólera, deseo, en fin, una vorágine de emociones crecía alrededor de mi abdomen y estaba deseosa de explotar. Atiné a levantar mi otra mano y lentamente acercarla a su pecho. Lo toqué. No Vívica, no va a desaparecer – mi vocecilla cerebral se activó – es Ville, realmente es Ville. De un momento a otro la emoción de tenerlo frente a mí me hizo explotar. Comencé a golpear su pecho con el puño de manera cansada, como si hubiese corrido una maratón y llegaba a la meta. Las lágrimas caían de mi rostro sin poder contenerlas y él dio un tirón de mi mano y me estrelló contra su pecho. Nuevamente como el día en que estuvimos en La Capilla del Silencio, me aferré a él como si fuera un náufrago a la única orilla que encontró. Lloraba desconsoladamente, lloraba lo que no había llorado en todo el tiempo que estuve lejos de él. 


- Aquí estoy Vivi... está bien... - me tenía pegada a él y mis lágrimas empapaban su pecho mientras el acariciaba mi cabeza con una mano y con la otra me pegaba a él. Realmente parecía que quería soldarme a su cuerpo.


- Yo... yo no supe nada... pensé que... ¡Ay Ville te odio! – y restregaba mi rostro contra su camisa y cerraba los puños en su espalda aferrándome más y más fuerte a la tela de su saco.


- Tranquila, no iré a ninguna parte.


- Eso tenlo por seguro idiota, si te vas te mato – y sentí como reía. No levanté la mirada al decirle mi insulto, mantenía los ojos cerrados. 


- Pase lo que pase sigues siendo tú ¿eh? – me dijo en un tono muy dulce y separando mi rostro de su pecho sujetando mi barbilla con su mano – esa canción ¿fue para mí? – asentí con la cabeza, no pude decirle palabra alguna. Seguía en shock – hay algún lugar dónde podamos ir a conversar. Realmente esto es enorme y siento que no hay privacidad – levantó la mirada y recorrió con la misma el salón dónde estábamos.


- Y eso que es el salón más pequeño, Ville – le dije tratando de hacer lo que siempre hago cuando estoy nerviosa y trato de relajarme, concentrarme en el momento.


- No sé bien dónde estamos – me dijo dudoso y observando el lugar – ¿Esto es La Zarzuela?

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