Acero y Bosque.

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Nota: En esta historia Eskel no está muerto, Geralt quito el lezhi a tiempo y no pasó a más que una cuantas heridas en su brazo.

Con eso aclarado continuamos.

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Los impresionantes picos nevados mantenían a raya a cualquier incauto que quisiera llegar hasta la base de Kaer morhen; incluso los más aventureros desviaban la mirada al encontrarse con las altas cumbres de las montañas azules. Había todo tipo de rumores circulando entre los aldeanos sobre aquel lugar, recorriendo millas hasta llegar a los oídos de la corte, haciendo conocidas las leyendas que se contaban acerca de la antigua fortaleza de los lobos.

Y eso hacía de Kaer Morhen, el mejor refugio al norte del continente. Rodeado de montañas y climas helados que en invierno hacían los caminos peligrosos, lo cual mantenía a los pocos lobos alejados de miradas indiscretas y de reinos en guerra cuando volvían por el sendero congelado cada invierno.

Los ojos dorados brillaron cuando se encontró bajando la montaña en compañía de Ciri, -quién había insistido en bajar a las faldas del pueblo cercano a recolectar cortezas para sus clases de pociones con Vesemir y Yenefer-.

Sin embargo no estaba seguro de por qué había decidido salir de la fortaleza; pudo haber delegado la tarea a alguno de sus hermanos, pero ahí estaba, bajando la montaña tratando de ignorar la sensación incomoda que recorria su cuerpo desde hace días. Los nudillos de Geralt se volvieron casi blancos sobre las correas de su capa. En cualquier otra circunstancia pudo haber enterrado esa molestia en su cuerpo y dejarlo pasar, pero está vez había algo diferente.

Algo que daba vueltas y vueltas sin sentido, alterando todo a su paso.

Si bien las cosas seguían un ritmo destartalado y tartamudeante desde aquel choque entre esferas que hizo temblar los cimientos del viejo torreón; afortunadamente aún tenía tiempo de preocuparse por cosas mundanas cómo Vesemir queria que hiciera para empezar. Gruño en un tono bajo y continuo por el sendero de la montaña. La nieve comenzaba a hacerce más espesa con cada día que pasaba, pronto, no podrían bajar de la montaña hasta primavera y eso le daba cierta tranquilidad, más aún con su cachorro acoplandose a la manada de manera lenta con heridas nuevas y fantasmas viejos.

No estaba perdido en su mente, sabía que debía tener los ojos siempre atentos al camino, pero su resistencia flaqueó por un segundo. Fueron instantes en los que el aire parecía bajar de temperatura  poniendo en alerta todos sus sentidos. Algo estaba mal, su cuerpo fue cubierto con una sensación que le erizo la piel e hizo a sus pupilas encogerse en dos rendijas bajo un manto amarillo. Un olor extraño, el crujido de las ramas del bosque y Cirila en su vista, pero aunque todo fuese más notorio ante sus sentidos mejorados por las mutaciones, no podía distinguir que estaba exactamente mal.

Todo estaba en calma, su cachorra en el centro de su visión mientras tomaba pequeños brotes bajo la suave capa de nieve, el bosque se encontraba con su quietud habitual con los sonidos de los animales hibernando a la distancia y el olor fresco de los pinos. Nada había cambiado, seguía siendo el mismo bosque que recordaba, sin embargo no podía dejar de sentir el extraño siseo de su Alfa retumbando en su pecho.

Algo tiraba de él, una fuerza extraña que no hacía más que apretarle el pecho en algo confuso. Su lobo unca había estado tan presente en sus acciones ya que gracias a las mutaciones solía ser peligroso e inestable, sin embargo se había vuelto más notorio desde la llegada de la niña de la sorpresa a su vida.

Se dejaba ver en situaciones cotidianas lanzando un gruñido aquí y allá, mientras marcaba con su aroma de forma sutil la fortaleza donde residía su manada. Por ende ciri se había terminado acostumbrando a su nueva posesividad. Pero la sensación de protección está vez iba más allá de eso.

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