La infancia del verdadero encuentro. capitúlo 6

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Gabriel, un hombre que mide 1.87 metros, tiene un cabello castaño y lacio, un cuerpo estructurado, bien ejercitado y sano.

Gabriel tenía un cicatriz muy visible en su espalda; era la marca de un golpe hecho por una látigo.
Él tiene y tuvo una piel clara aterciopelada, acompañada de unos ojos verdes tristes y ojerosos. Un gran amante de la literatura y la filosofía.

La infancia de Gabriel tampoco cambiaría mucho a la de Camila.
Gabriel siempre ha soñado con ser doctor y sanar a gente lastimada, eso le haría sentir como un héroe y a su padre orgulloso.

El padre de Gabriel era un hombre de negocios que no se encontraba a menudo en casa, la mayor parte del tiempo se encontraría en sus oficinas mandoneando a sus empleados, explotandolos para generar el doble de guita, mientras Gabriel estaba al cuidado de su madre y las mucamas.
El poco tiempo que Alejandro, el padre de Gabriel se encontraba en casa, era para corroborar que su hijo estuviese siendo educado estricta y correctamente en casa, incluso con sus clases de modales.

Nunca era suficiente para su padre; el podía sacar diez en todo, y ni así felicitarlo. Y que Gabriel no saque menor nota que esa porque sería castigado, y cada castigo era diferente.
Tal vez la cena era uno de los momentos más tranquilos y silenciosos del día.

-¿Y cómo te ha ido en tus clases, Gabriel? - Pregunta el padre en un tono fino.

- Bien, padre. He sacado la mejor nota en todo. - Responde el joven.

- Perfecto. - Le dijo Alejandro mientras cortaba el filete.

-Gabriel, hijo, comé. Estas muy delgado. -Le dice Anastasia, la madre, a Gabriel.

-No. Cincuenta es el peso ideal para un chico de trece años. No necesitas más proteína. - Interrumpe el padre metiendose en la conversación.

En la noche el joven es acostado en su cama por una de las mucamas. Cuando la mujer se va de su cuarto, Gabriel se levanta y saca de debajo de su cama una caja con juguetes que su madre le regaló.
Gabriel no podía tener juguetes, su padre decía que era una distracción a su educación, así que ordenaba que nadie se los regalase.

El juego se volvía tan divertido y desestresante, era como un pequeño descanso luego de un día agotador.
La puerta se abre y entra su madre, cierra la puerta y enciende la luz.

-¿Qué haces, Corazón? - Le pregunta su madre.

- No le digas a padre, madre, por favor. Estoy jugando. - Le dice Gabriel mostrandole la caja de juguetes.

-Esta bien, Corazón. - Contesta ella y luego se sienta sobre el borde de la cama.

Su madre jugaba con él y luego de una hora se iba a su cuarto y se recostaba en su cama.

Meses después Gabriel cumple años y lo único que recibió fueron libros y una pequeña sorpresa:

-Viendo que haz mantenido tu rendimiento, con tu madre hemos decidido enviarte a un colegio privado, pero con la condición de que sigas tal y como estas. -Le menciona su padre.

-¿En serio? - Preguntó Gabriel con una sonrisa en su rostro.

-Sí, Gabi. Al fin podras socializar con otros niños y tener amigos. - Le dijo su madre alegremente.

-¿Estás loca? Mi hijo va a ir allí con fines educativos y ser el futuro heredero de mis empresas, no para perder el tiempo con amiguitos y amorios. - Le dice de forma dominante Alejandro a Anastasia.

El ambiente queda en un silencio incómodo.

Mediante Gabriel empezaba sus clases en su nueva escuela, se daba cuenta que todo era muy diferente a como estaba acostumbrado. Los niños se divertían, charlaban entre ellos e incluso hasta era un poco molesto para él, pero al menos se sentía liberado. Había descansos y buffets para que Gabriel pudiese comer lo que quisiera.
Los temas que enseñaban sus profesores eran tan faciles para él, como comerse una manzana, pero no todo era color de rosa. Al joven le costaba socializar con otros niños, era algo que nunca le habían enseñado en su hogar. Nunca le enseñaron a compartir; nunca le enseñaron a ponerse en el lugar del otro; La amabilidad no era algo que se viera mucho de donde él provenía.
Hasta que un día en medio del receso, Gabriel se encontraba en su salón haciendo ejercicios matemáticos cuando una niña que pasaba por allí lo ve, y su intuición la lleva a apróximarse hacía él. Ella agarra una de las sillas y se sienta frente a su banco.

Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora