C I N C O

314 28 35
                                    

Sirius está concentrado.

Sus ojos viajan por el rostro del chico más alto, tratando de memorizar cada detalle, cada pequeña peca. No sabe cómo agradecerle por tan hermosa tarde.

En un principio, Sirius no podía creer que la idea de "cita" para Remus fuera caminar durante veinte minutos por la naturaleza. Debe admitir que fue algo diferente y el lugar no les impidió charlar amenamente, bromeando y riéndose el uno del otro. Bromearon sobre Remus conociendo a la familia de Sirius y sobre Kreacher dándole un sin fin de tazas de té; tantas que terminó necesitando el baño.

Hicieron una carrera para ver quien llegaba primero a la cima de la colina. Está demás decir que Sirius quedó sorprendido cuando logró tener la vista desde ahí: las copas de los árboles se extendían a lo lejos, altos e imponentes, hermosas flores lo rodeaban todo y el sol de esa tarde de otoño se asomaba entre las nubes. Y no estaba para nada preparado cuando se dio la vuelta y encontró la imagen más perfecta.

Remus sostenía un hermoso ramo de flores, orquídeas rosas. Detrás de él, junto a la sombra de un árbol, estaba una manta de color blanco extendida, con dos cestas diferentes; la primera mantenía bocadillos para más tarde, al igual que algunos postres, un termo con té y un lindo juego de tazas de color celeste claro, la otra cesta mantenía mil cosas más, había cuadernos de hojas blancas y un sin fin de pinturas y pinceles, un jugo de mesa y hasta un par de libros.

Ambos se pasaron la tarde entre risas, dibujos, una ronda asesina de scrabble, donde Sirius terminó perdiendo ante el extenso vocabulario que Remus era capaz de tener. Comieron los bocadillos y bebieron té mientras hablaban de cosas sin sentido, anécdotas pasadas, metas para el futuro.

Ahora están frente a frente.

Sirius tiene el cuaderno de dibujo en su regazo, un lápiz de carboncillo le ayuda a definir líneas y trazos precisos. Adora dibujar, es una de sus actividades favoritas después del patinaje sobre hielo, así que se esmera en cada detalle. Sigue escuchando a Remus hablar de esa novela policíaca que está leyendo, la emoción emanando de su voz y sus ojos brillando.

Sirius desea plasmar eso en el dibujo.

Continúa escuchándolo por un rato más, hasta que siente como el castaño se acerca a él.

—¿Ese soy yo? — Sirius asiente ante la pregunta y le muestra el boceto. Se siente inesperadamente nervioso ante la opinión de Remus sobre su dibujo; su mirada no pierde los detalles del rostro del castaño, quien desliza suavemente la yema de sus dedos por el papel —. ¿Puedo quedármelo?

—¡Claro! — responde Sirius, animado —Solo me faltan algunos detalles.

Continúa pasando el lápiz por algunas zonas, dando más profundidad y marcando algunas líneas. Siente la mirada de Remus sobre él.

No puede explicar la calidez que crece dentro de su pecho. La cercanía con el castaño se siente correcta, como que pertenece a ahí, a su lado.

Ha tenido la tarde más bonita de su vida, ha hecho cosas que le gustan con la persona que le gusta, sin tener que pedirlas, ha reído hasta que su estómago dolía, se ha sentido querido, importante. Y no es como que Sirius este falto de cariño, ha crecido en una familia que, a pesar de ser estricta, es cariñosa y bromista, se preocupan por él, incluso Kreacher, con su semblante serio y estoico; pero hay algo diferente en este cariño. Se siente como cuando comes tu comida favorita, y desearías nunca terminarla, eso siente Sirius, que por más tiempo que pasa con Remus no es suficiente, le gusta mucho, y quiere más cada vez.

Le entrega el papel al castaño, quien lo toma con una enorme sonrisa en sus labios, agradeciéndole y elogiando sus habilidades. Sirius está tan sobrepasado por la calidez de sus emociones, un cosquilleo se mantiene en su estómago.

ICEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora