Extra

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Las horas pasan, entretejiéndose lentamente entre ellas para formar el entramado interminable de los días. Es curioso cómo el hombre puede hundirse hasta las profundidades de su propia miseria y no reconocer la caída hasta chocar de lleno contra las rocosas consecuencias de sus actos. Allí, donde la soledad y la oscuridad son totales, sin nada de qué asirse ni escapatoria posible. Porque caer siempre es una salida, pero llegar al fondo, golpear de frente contra la realidad, estrellarse contra uno mismo, es lo peor y lo más difícil que podemos enfrentar.

Minhyuk tocó fondo de la peor manera posible. Envuelto en un silencio sepulcral, no volvió a salir de la casa ni a levantar el teléfono para comunicarse con nadie. Jin y Jisoo, los únicos verdaderos contactos que tenía, fueron incapaces de perdonarle la muerte de su amigo y no volvieron a llamarlo. Ni siquiera lo participaron a los funerales, pero a Minhyuk no le importó demasiado. Ya nada podría volver a importarle, realmente. Su vida había terminado esa misma noche, junto a la de Hyungwon.

El deterioro anímico que sufrió en días lo convirtió en poco más que una piltrafa humana. Sin noción del día o la noche, pasaba las horas derramándose en lágrimas y delirios sin sentido, pasando alternativamente del frenesí irracional al sopor más profundo. En uno de sus arranques de locura había quitado del placard toda la ropa de Hyungwon y la había desparramado sobre la gran cama, donde tantas veces se habían amado en una maraña de abrazos y besos, y desde entonces pasaba el día entero llorando abrazado a ellas, hasta adormecerse entre el perfume de ese cuerpo que ya no volvería a tener a su lado.

Sólo el desesperado lamento de los animales pidiendo agua y comida lograba movilizarlo en el final. Era entonces cuando, como un zombi, arrastraba su cuerpo hasta la cocina y con el mismo gesto ausente alimentaba a las afligidas mascotas. Sólo en ese momento Minhyuk advertía que él mismo no había probado bocado en días, y obligado por el primitivo instinto de supervivencia, engullía lo primero que encontraba a su alcance, para luego volver a derrumbarse sobre el santuario de ropa que había creado en la alcoba.

La casa entera se convirtió en reflejo de su alma, como un gran ser viviente sufriendo su misma desgracia. Las moscas se paseaban orondas por las habitaciones, atraídas en un principio por el olor nauseabundo que salía de la heladera, y luego por la suciedad que iban dejando los animales, aburridos y atrapados dentro de aquellas paredes.

La mayor parte del tiempo las horas caían sobre él con la monótona inclemencia de la lluvia, y Minhyuk no podía hacer más que resistirlas con los ojos abiertos y fijos en el techo, o cerrados y ocultos entre las sábanas, apretados de rabia y dolor, ardidos por las lágrimas y el insomnio. Pero también había momentos, alucinantes momentos, en que le parecía descubrir el rostro de Hyungwon observándolo desde las sombras. Era entonces cuando, desesperado, se lanzaba hacia la oscuridad abrazando la nada, desconcertado ante la ausencia que atrapaba contra su pecho, la fragilidad con que la visión se desvanecía entre sus dedos. Sucedía en los peores momentos, en aquellos en que el dolor era insoportable, tan intenso que le quitaba el aire y las últimas ganas de vivir. Dos veces había convulsionado preso de la debilidad de su cuerpo, y en ambas ocasiones la esbelta figura de su amante se había materializado ante él, envuelto en un aura de luz sobrenatural, hermoso y frío como un glaciar. "Sí amor, ven a llevarme contigo" suplicaba sin palabras alargando las manos trémulas hacia la etérea silueta, pero a la mañana siguiente comprobaba con dolor que su deseo no se había cumplido.

La muerte no se apiadaría tan fácil de él. Ese sería su castigo.

El día en que ya no halló nada más que al gato para alimentar a los perros, Minhyuk comprendió que no podía seguir así. Sin ser demasiado consciente de lo que hacía, se levantó de la cama, tomó una ducha de horas (no en el baño en donde había hallado a Hyungwon , éste permanecía cerrado desde aquella noche), se afeitó y peinó por primera vez en semanas. El rostro que le devolvió la mirada desde el espejo le resultó tan ajeno como el de un extraño. Había perdido tanto peso que las mejillas se le pegaban a los huesos de la cara, tan demacrado que parecía enfermo. Tenía sombras oscuras bajo los ojos, y éstos se veían irritados y sin brillo. Tal vez fuera eso lo que más temor le había dado al ver su propia imagen. Ese ente que decía ser él tenía ojos de muerto; no había emoción alguna en su mirada, ni buenas ni malas. Ese ser no tenía vida.

Sangre sobre el hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora