Capítulo 6: Un sinsentido

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—Despierta...

Como una cascabel arrastrándose sobre la arena, el susurro se deslizó por la espalda de Amara. Con los latidos tocando su sinfonía desbocada, se despertó lanzando la mirada alterada sobre las grietas del techo. Creía haber oído una voz, pero conforme el pánico de la confusión remitía, iba dándose cuenta de que estaba sola. O eso le parecía. Ya no estaba segura de nada.

Las manos le dolían. Miró hacia la izquierda y se dio cuenta de que todavía asía con vehemencia aquel objeto maldito: la llave. Era dorada como el electro, pero al girarla refugia con un brillo color plata. Lo peor de todo era que quemaba. Un escozor le recorría desde las yemas de los dedos hasta las muñecas, a través de cada surco, grieta, y pedazo de piel; pero no podía soltarla. No sin sentir que el mundo se le venía encima y que el miedo se la consumía de golpe, como en una bocanada monstruosa.

Un «bip» continuo y estridente chirriaba, maltratando sus tímpanos. Buscó el celular con la mano libre, tanteando sobre la cama hasta dar con él. La alarma se calló. Era tarde otra vez.

Amara suspiró. La vida parecía reírse de ella, y ahora incluso dudaba de su propia cordura, o de la normalidad del mundo; no sabía qué cuestionar primero.

—Quizá debería ir a la iglesia...

Sacudió la cabeza en negación. No creía en ello. Pero el origen de todas estas cosas extraordinarias la tenía confundida. ¿Serían lo que su madre llamaba "cosas del diablo"? ¿Había una presencia demoníaca e inquietante buscando hacerle daño? Y si así era, ¿por qué no la había atacado todavía? ¿Qué era todo aquello realmente? ¿Serviría de algo buscar a un cura o un pastor, o rezar?

—Pero si Dios no existe...

Siempre había tenido conflictos con la iglesia, con la religión, con la ortodoxia y el dogmatismo, pero aquello se salía de todo lo conocido y coherente, y buscar a alguien que supiera del tema... Volvió a negar con la cabeza.

—Tsk, me creerán loca. No estoy pensando con claridad. Qué diablo ni qué demonios, las cosas no funcionan así...

Se llevó una malo a la frente. Era la mano con la llave. La miró mejor. No parecía contener el fin de los tiempos en ella, ni tampoco el poder para abrir las puertas del infierno. Era solo una llave metálica... que se había formado de una manera irracionalmente magnífica.

—Un rompecabezas que se convierte en esto... No es posible... Pero aquí está.

Tomó su cabeza entre ambas manos, estrujando su cabello cerca de la coronilla, para luego frotarse los ojos.

—Esto no tiene sentido —se quejó.

El tono resentido en su voz revelaba su cansancio y también su frustración. Hastío. Eso era lo que sentía. Y también una profunda rabia producto del desconcierto. Sentía el pecho compungido. Ya hasta ir al trabajo parecía absurdo. Si ni siquiera podía soltar esa maldita llave sin sentirse desesperada, ¿cómo pasaría su día? ¿Acaso podía hacer como si nada hubiera pasado a pesar de que el miedo y la desazón se la comían por dentro?

Recordaba claramente el acecho nocturno de aquella sombra. Una parte de su mente aseguraba que estaba todo relacionado. Pero la otra insistía en que aquello no era más que una pesadilla. Quería echarse a llorar. En los libros, pensaba, los protagonistas seguramente harían conjeturas que terminarían siendo acertadas, o justo entrarían en una tienda de antigüedades donde una anciana misteriosa les hablaría de un terrible peligro, o del destino; o encontrarían una forma de invocar a la criatura demoníaca exigiendo respuestas.

«Quizá se pondrían una gabardina y saldrían a la calle, para justo toparse con un vagabundo que tiene la respuesta del enigma, o un extraño aparecería de la nada para explicarles que son el próximo heredero de un clan de espíritus o hijos de dioses o lo que sea».

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