Capítulo 1: Un sueño

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Delante, con el sol levantándose en el horizonte y las estrellas arrastrándose perezosas en su negativa por dejar el cielo; amplio y abierto, frágil y efímero; como copos de nieve al borde de la primavera; como los susurros de los fantasmas en la noche: un momento están, al siguiente, no son más que polvo y olvido; con sus habitantes coexistiendo ajenos a aquello que les acecha y vanagloriándose futilmente de su ignorancia; se hallaba la fina tela transitoria a la que los humanos llamaban realidad.

El firmamento omnipotente alzó la vista para mirar, y he allí que el día empezaba para ese pequeño mundo. Y en un mundo aún más pequeño, su propio mundo, la sucesora de la muerte abría los ojos.

•••

No sabía dónde estaba, o qué hacía, o por qué, pero el impulso eléctrico del peligro latente acuciaba a su corazón lacerado.

«¡Corre!», gritaban en alaridos todos sus sentidos. La desesperación permanente se respiraba como una pútrida infección en el aire.

«¡Corre, Amara!». Tiempo. Lo sabía en sus huesos, en su piel, en su sangre: se estaba quedando sin tiempo.

Un corazón, ¿acaso era el suyo?, latía como un metrónomo acelerado. El tictac era una consecución infinita de desgracias inmisericordes.

«¡Corre, maldita sea!». Las sombras de la inconsciencia amenazaban con abandonarla, con dejarle ver los horrores que su incapacidad para comprender mantenían en la penumbra. Si tan solo abriera los ojos de su mente, si fuera capaz de ver... Las apuestas estaban 10 a 1 a que se volvería loca.

«¡Corre!». Podía sentir el sabor a óxido de su sangre seca danzando burlón en su paladar. Le faltaba el aire, le faltaban fuerzas, le faltaba todo...

Y la entrada se abrió.

Un rayo cegador, como miríadas de soles alzados en rebelión contra la oscuridad, arrebataron su mirada de las tinieblas.

Amara tropezó y cayó. Miles de aguijones se clavaron en sus rodillas; en sus palmas, el suelo de grava era tan cruel e insidioso como millones de astillas de vidrio. La luz ahora le parecía incluso más cruel que aquella asfixiante oscuridad.

«¡De pie! ¡Corre, Amara!». Con lágrimas en los ojos, ¿y por qué motivo lloraba?, ella se levantó. Atravesó el cielo, el infierno, el limbo, todo a la vez, condensado en un único punto en el Universo: La Puerta.

Y entonces despertó dando un respingo. Un ruido insoportable le taladraba los oídos. Le tomó un momento darse cuenta de dónde estaba. La luz del día entraba a raudales por la ventana, colándose deliberadamente por en medio de las cortinas. Sobre la silla junto a la cama, el celular convulsionaba sobre su propio sitio, ladrando que ya era un nuevo día. Amara lo tomó con ojos entrecerrados y apagó la alarma. Sabía que se le hacía tarde, pero en la realidad eso parecía muy poco importante. Comparada con la sofocante sensación de estar llegando tarde en su pesadilla, retrasarse para el trabajo parecía una nimiedad. Su pesadilla... Sus iris cafés se iluminaron en un ámbar exquisito al tropezar con el sol, y sus cejas se elevaron en la más genuina expresión de sorpresa. Había tenido una pesadilla, entendió, o más bien cayó en la cuenta. Y lo más escalofriante y a la vez, le sorprendió aún más comprender, seductor, era que podía recordarlo. Lo recordaba todo, como si se lo hubieran tallado con fuego en el interior de los párpados, como si llevara los fotogramas prendados a las pupilas: cada recoveco de su memoria llevaba plasmado uno a uno los sentimientos y las sensaciones de su mal, no, terrible, sueño. Y a la vez, no lograba recordar nada, el lugar y las dimensiones de aquello se le escapaban. Era como intentar atrapar una burbuja en el aire: apenas lo rozaba, reventaba dejando un vacío.

Amara sacudió la cabeza y su melena de rizos marrones como tierra mojada bailaron al compás de sus confusos pensamientos.

—Suficiente —sentenció.

Pero no, en un plano distinto de realidad, aún no había sido suficiente.

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