Una joven de una belleza deslumbrante, con cabellos negros como la noche solitaria, labios delicadamente pintados de un rosa tierno y ojos verdes que brillan como esmeraldas, se encuentra sentada frente a uno de los numerosos espejos que rodean su habitación. La suave luz que se filtra por las cortinas resalta su rostro pálido y sin color, que refleja su angustia y temor. Un sudor frío baja por su frente mientras observa cómo un granito se posa en su piel, perturbando su perfección. Sus ojos cristalinos, llenos de desesperación, reflejan la imposibilidad de evitar que las lágrimas comiencen a formarse.
—Grimhilder —grita una voz masculina, rompiendo el silencio opresivo.
La respiración de la joven comienza a entrecortarse, su garganta se cierra y sus piernas tiemblan de tal manera que, si no estuviera sentada, habría caído al suelo en un instante. La fuerza de la voz la sacude hasta lo más profundo de su ser.
—Grimhilder, ven —la voz se vuelve cada vez más intensa, como una tormenta que se acerca.
Ella se abraza a sí misma, como si quisiera protegerse de algo o alguien que la amenaza. La puerta, agitada con violencia, se abre de golpe, llenando la habitación de un aire hostil.
—Grimhilder, te estoy llamando desde hace rato, además de estúpida, sorda —protesta con enfado, dejando escapar su frustración acumulada—. ¿Por qué estás en esa posición? No me digas que estás enferma.
El silencio se cierne sobre la habitación, cargado de una tensión palpable, mientras Henry, con gesto implacable, toma con brusquedad el brazo de la joven, jalándola con fuerza para que se enderece, y luego la sujeta con firmeza por los hombros. Su mirada, llena de desprecio y disgusto, penetra en lo más profundo del ser de Grimhilder.
—No me ignores —sentencia con voz dura, dejando claro su poder y control.
—Lo siento, padre —dice entre sollozos, luchando por contener el torrente de emociones que amenaza con desbordarse—. Lo siento —murmura con la voz entrecortada, lágrimas deslizándose por sus mejillas como cristales rotos.
Henry frunce el ceño, mirándola con asco y desdén, como si la sola presencia de su hija fuera una afrenta personal. Con un gesto de desprecio, suelta el cuerpo de Grimhilder, quien cae de manera abrupta y desamparada al frío suelo, mientras su padre se aleja con paso firme y decidido hacia la salida.
—Solo me haces perder el tiempo. Si vas a hacer tanto drama por un asqueroso grano, deja de comer tanta grasa. Además, eso te vendría bien para no engordar —espetó con amargura.
—Sí, padre —responde Grimhilder, con voz temblorosa y resignada, como una marioneta bajo el control de un titiritero cruel.
A la mañana siguiente, Grimhilder se siente fatal, su espíritu aún cargado de la tormenta de emociones y desprecio de su padre. Sin embargo, se levanta con determinación y se dirige a realizar sus ejercicios matutinos, esforzándose por mantener la apariencia de normalidad. Luego, se adentra en el baño, preparando una bañera con esencias aromáticas que llenan el aire de suavidad y serenidad. Al salir del agua, dedica tiempo a realizar masajes faciales y abdominales, tratando de encontrar consuelo en el cuidado de su propio cuerpo. Con delicadeza, peina su cabello y aplica un maquillaje sutil que resalta su belleza natural, eligiendo cuidadosamente su ropa para el día que se avecina.
Cuando termina su rutina de cuidado personal, se dirige a la cocina, donde toma un vaso de agua fresca y una manzana roja. Una vez terminado su desayuno, con una bocanada de aire, se encamina hacia la habitación de su padre, preparándose para enfrentar su presencia. Golpea la puerta con timidez, como si temiera interrumpir el equilibrio precario de su padre.
—Pasa —responde Henry con voz neutra.
—Buenos días, padre. ¿Cómo has amanecido? —saluda Grimhilder con una mezcla de cortesía y precaución, sintiéndose vulnerable ante la incertidumbre de su respuesta.
El silencio pesa en la habitación, llenándola de una incomodidad palpable. Grimhilder se encuentra en una encrucijada, sin saber qué hacer o cómo comportarse en presencia de su padre.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Grimhilder, intentando encontrar un terreno seguro en la conversación.
—Solo me aseguro de que mi apariencia sea perfecta. Es importante tener una buena imagen —responde Henry
—Lo sé, papá.
Henry la mira de reojo, con frialdad y desprecio en sus ojos, como si la mera existencia de su hija fuera una decepción constante.
—Pues no lo parece —dice, sin ocultar su desdén por su apariencia.
Grimhilder muerde su labio con fuerza, luchando por contener la avalancha de emociones que amenazan con desbordarse.
—¿Podrías enseñarme más magia? —pregunta con voz temblorosa, en un intento desesperado por cambiar el rumbo de la conversación y encontrar un ápice de aprobación de su padre.
Henry la mira con desinterés, como si la petición fuera un mero capricho insignificante.
—¿Para qué? Nunca serás tan buena como yo. No eres lo suficientemente talentosa —suspira antes de volver a hablar —una lección de magia seria este espejo parece una normal, pero es capaz de atrapar el alma de una persona y una vez que lo haga, se convertirá en tu sirviente fiel, incapaz de mentirte. A este hechizo se le llama "Esclavo del espejo". Como tarea, tienes que investigar diez hechizos y luego realizarlo entrete de mí.
Sin esperar respuesta, Henry abandona la habitación, dejando a Grimhilder rodeada de los numerosos espejos que la rodean, reflejando su imagen desafiante y llena de determinación.
Grimhilder está sentada en su escritorio, con su rostro enmarcado por el brillo de la lámpara que ilumina la habitación. Su expresión es tranquila, mientras su padre, Henry, se coloca detrás de ella, lleno de autoridad y dominio.
—¿Qué estás leyendo? —pregunta con voz fría y cortante, interrumpiendo la tranquilidad del momento.
—Una novela de romance —responde Grimhilder, su voz apenas audible ante la presencia de su padre.
—Me pides que te enseñe magia y luego pierdes el tiempo en estupideces. Lo más importante es que aprendas magia —dice Henry, arrebatándole el libro sin el menor asomo de consideración por los intereses de su hija.
Grimhilder mira con impotencia cómo su libro, su escape y refugio, desaparece de su alcance. La decepción y el dolor se reflejan en sus ojos, pero mantiene su postura, sin rendirse ante la voluntad despiadada de su padre.
—Papá, devuélveme mi libro. Tú mismo dijiste que no tengo talento —suplica con un hilo de esperanza, buscando un atisbo de comprensión.
Henry la mira con desdén y desprecio, sus ojos llenos de desilusión.
—No, no tienes talento. Nunca haces nada bien, eres una inútil. Pero eres mi hija, aunque seas una deshonra, debes seguir mis pasos, asi que prepárate voy a enseñarte a usar el caldero mágico —declara con frialdad.
La habitación se llena de un silencio pesado, un velo de tristeza y resignación se cierne sobre Grimhilder. Pero en su mirada, aunque apagada, todavía arde una chispa de determinación. Acepta el desafío de su padre y se prepara para enfrentar las lecciones de magia que le aguardan, aunque sean un recordatorio constante de su falta de valor a los ojos de Henry.
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Reclutadores de villanos 🍎 Apple Poison x Blancanieves🍎
FanfictionEn esta historia, Apple Poison y Blancanieves viven juntas en el castillo durante el reinado de la Reina Malvada. Apple Poison comienza a notar que siente la necesidad de ayudar a Blancanieves sin saber por qué. Se siente extrañamente feliz cuando...