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- Levanta tu espada.- dijo severo Daemon Targaryen a su hija mayor.

- Papá por favor ya no puedo...- dijo la pequeña tumbada en el suelo exhausta, lastimada, al borde de las lágrimas, y además empapada debido a la tormenta.

- ¡Eres mejor que todos aquí! Eres mi hija, un  Targaryen nacido de fuego y sangre. Un Targaryen nunca suelta su espada ni se acobarda y pide clemencia.- dijo su padre aun en un tono absurdamente enojado mientras a su vez pateo la espada de Velea hacia ella.

Velea estaba al borde del colapso. Ese mismo día fue cuando perdió su herencia, su dragón. Y por alguna razón a pesar de estar triste y destrozada su padre decidió mostrar todo menos compasión y amor y en medio de la noche la sacó a entrenar.

- ¡¿Quieres compasión?! Nadie te la va a dar! El mundo es duro y te pateara una y otra vez hasta que estés en suelo justo como ahora, pero a diferencia de mi ellos no van a parar y esperar! ¡RECOGE TU ESPADA!- Daemon siguió gritando cada vez más al ver que su hija no podía ni levantarse o voltearlo a ver.

Daemon se acerco a Velea y la sujetó del cabello para obligarla a verlo.
La pobre niña no entendía porque su amoroso padre la trataba de una manera tan feroz y cruel. Su cabeza solo daba giros y vueltas mientras su estómago se revolvía y las lágrimas salían sin parar y sin permiso.

- Baela y Rhaena con tus hermanas y familia. Tu propia familia te traiciono hoy, te dejaste pisotear una vez más. ¡Demuéstrame a mi y a ti misma que eso no volverá a pasar y nadie jamás te volverá a desafiar!- dijo Daemon soltando su cabeza.

Las palabras de su padre la hicieron pensar, y recordar. El odio y todos los malos tratos, las burlas, las bromas tan despiadadas, los insultos, el desdén de su familia, incluso su propio dragón. Todos estos recuerdos inundaron su mente. Tal vez fue el frío de la noche o simplemente el hecho de que su cuerpo estaba al límite pero algo en su conciencia y su alma la obligó a levantarse del suelo y tomar la espada. Ella estaba furiosa con ella y con todos, porque tristemente era cierto que hasta su propia familia la pisoteaba y no era culpa de nadie más que suya.
La pequeña tomo la espada y con fuerzas prestadas se abalanzó contra su padre con una furia tan abrazadora como fuego de dragon.

Velea tenía tan solo 8 años

¿Y que si me llevo la corona? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora