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Había una razón por la cual siempre se solía prohibir el uso del End: los portales eran muy inestables. Para los endermans, criaturas que habitan aquellas islas flotantes junto con el dragón que ahí yace, eso no es un problema debido a su habilidad de teletransportarse. Pero para cualquier otro, las cosas cambiaban.

Casi nadie sabe, pero los portales del End son tan arcaicos que pueden llevarte a otro mundo al tratar de regresar al supramundo. Han ocurrido ocasiones donde muchos se han perdido en ellos y nunca más fueron vistos otra vez. Es por ello que se crearon reglas que prohibían su ida, muchos administradores no querían lidiar con el problema de un desaparecido en su mundo; demasiado engorroso como para tener que arreglarlo y explicarlo para las mentes más ignorantes. Si ibas hacia allí, era tu problema, y no podías culpar a nadie por tus decisiones. No cuando tú te lo habías buscado. Así de simple era.

Farfadox quizás debió de prestar atención a dichas reglas, porque cuando atravesó el portal después de derrotar al dragón del End, ya no estaba en la mazmorra en la que había partido su travesía. En vez de ladrillos de piedra y musgo en las paredes, había obsidiana caliente y olor a podrido que, mezclado con las altas temperaturas a las que repentinamente había sido expuesto, hizo que su alfa gruñera del puro disgusto.

Estaba encerrado en un cubo de obsidiana. Las grietas púrpura de esta dejaban fluir un líquido viscoso de forma constante, igual de caliente que todo el lugar. El aire estaba tan pesado que hasta le costaba respirar y hacía tanto calor que pensó en quitarse su armadura de no ser porque desconocía el lugar en donde se encontraba. Ya fue muy tonto cayendo en esta situación por su ignorancia, no iba a hacerlo de nuevo exponiéndose en un lugar desconocido. Pero sin duda, el olor era lo peor de todo. Irritaba la nariz, daba náuseas y hacía que quisiese vomitar si permanecía así por más tiempo.

Viendo las papas en descomposición amontonadas en una esquina, pensó de primeras que de ahí provenía el olor. Sin embargo, bastó con sentir la negativa de su alfa para que su olfato notase que había algo más. Feromonas tan cargadas de angustia que eran representadas en ese hedor insoportable. Y este aroma, al rastrearlo, daba hacia detrás de un retrete sucio. Notó que había una persona oculta en un agujero irregular, por eso no la había visto de primeras. Tampoco ayudaba su aspecto delgado, casi esquelético, que hacía que se viera pequeño pese a su gran altura. Parecía muerto de no ser porque seguía emitiendo feromonas incluso en ese estado, como si tratase de gritarle a alguien que seguía respirando, que seguía vivo.

Era... una vista deprimente. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado como para estar en un estado de deterioro tan avanzado? Incluso él, quien ha vivido la guerra de primera mano y cuyas las vistas que ha llegado a presenciar están muy lejos de ser consideradas agradables de ver, piensa que es repulsivo. Su alfa, que no dejaba de enseñar los dientes por el hedor, también estaba de acuerdo. Sentía que quien fuese el responsable de aquello debía de estar mal de la cabeza o, de otra forma, no se explicaba lo que estaba viendo.

Las feromonas se volvieron más prominentes cuando el cuerpo larguirucho se movió por primera vez en lo que iba encerrado en aquel lugar. El desconocido levantó su cabeza que había estado escondida entre sus brazos, solo para mostrar que una máscara sonriente estaba sujeta a su rostro, manchada de sangre seca y suciedad acumulada con el tiempo. Debió de darse cuenta de que ya no estaba solo, porque sintió que el olor a podrido cambiaba a uno ácido a la par que empezaba a soltar gruñidos de advertencia. Su alfa gruñe de vuelta, ofendido por la criatura debilucha que creía tener poder para ganarle en su estado. Por las garras arañando el suelo rugoso y el como su cuerpo se contorsionaba a una pose más animal, quizás podía ser sus instintos domando la razón del tipo. Así que también era un alfa, pensó. Es decir, solo los alfas podían responder de tal forma ante la irrupción en sus guaridas. Si es que se podía llamar a lo que fuese eso una guarida como tal. Además, su altura y la nula sumisión típica de un omega que se enfrentaba a las feromonas alfa lo delataba.

The End of the World with YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora