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«Tienen a la mama llorando por las esquinas, pa'limpiar conciencia le dedica una canción». Es la tercera vez que suena la alarma en el teléfono de Carol. Si no salen en cinco minutos, llegarán tarde. «Harta de lo ingrato, tonto, le das mala vida. Ella pide respeto, y tú le prometes una mansión». El problema es que hacer un eye-liner del grosor adecuado, simétrico y sin pegotes es una labor delicada que requiere concentración.

—Si escucho una vez más esa canción se me va a caer la polla al suelo, te lo juro.

Hakim irrumpe en el baño. Carol esquiva apenas por unos milímetros su torso cuando coge el teléfono para apagar la alarma —una pena, le gusta mucho esa canción —. Si le hubiera movido el codo, se habría salido, lo que implicaría borrar su obra de arte y empezar de nuevo.

—Bueno, perderías la polla, pero no dejarías de ser un hombre —comenta, sin perder la postura. Está a punto de conseguir el eye-liner más afilado de la semana. Justo el día perfecto. Y Carol es de las que piensa que el día que sale bien el eye-liner hay que disfrutarlo como si fuera el último.

—Dejaría de ser hombre porque me haría bollera de escuchar tanto tu rap de mierda y para ser bollera, tendría que ser mujer. ¿Te queda mucho? Vamos a llegar tarde y le prometí a Violeta que íbamos a estar antes que los demás.

Hakim se mueve nervioso por el baño. En su piso antiguo, el que compartía con su madre, habrían chocado, lo que habría provocado una discusión que les habría retrasado o incluso hecho cancelar los planes porque Carol hubiera terminado llorando. Por suerte, el baño del piso que compartía con su novio era grande. Tanto como para soportar la impaciencia de un hombre cuyo concepto de «arreglarse» era ponerse unos calzoncillos con la goma de la cintura en buen estado.

—Si me dejas tranquila iré más rápido. Si me molestas... —No termina la frase, porque tiene que hacer una mueca para retocar el párpado. Lo dice muy tranquila. Últimamente está muy tranquila. Se da cuenta de que con el tiempo, ha aprendido a manejar su ansiedad. Cosas que hacía unos años provocaban en ella sentimientos apocalípticos, en el presente los solucionaba después de contar hasta tres. Ni siquiera fuma.

Claro que había experimentado un apocalipsis de verdad y ahora sabía discernir qué era lo importante en la vida y qué tonterías irrelevantes que impedían disfrutar de sus seres más queridos. Como Hakim. Como Sara, a la que por fin vería después de meses hablando con ella muy de vez en cuando por chat. Entre su trabajo de media jornada en una pequeña tienda de bisutería de Lavapiés, las prácticas en la clínica veterinaria y la atención que demandaba su novio, como un cachorro abandonado, apenas le quedaba tiempo para disfrutar de su vida social.

—¿Qué? —Se gira para mirar a Hakim, que la espera en silencio, apoyado contra el marco de la puerta. Ya ha terminado su maquillaje. Están listos para salir.

—Nada, solo pensaba que eres muy guapa.

Carol sonríe. Le encanta Hakim. Cuando le dice esas cosas, siente que le va a explotar el pecho de amor. Igual que cuando llega a casa y le ha hecho la cena. A veces es una lasaña congelada, pero qué importa eso. Lo que importa es que se ha acordado y dentro de sus posibilidades, ha intentado ayudarla, repartir la carga mental. Sabe que mejorará. Que aprenderá. Igual que aprendió los primeros meses de convivencia, que puso de su parte. Era tan idílico que ni se lo creía. Hubo momentos en los que parecían una pareja de recién casados. Se acerca hacia él con una mueca e intención de besarle. Se arriesgan a retrasarse bastante más de lo planeado, pero les gusta el riesgo.

«Ni mami, ni chati, ni linda, ni guapa, no me llamo nena, tus letras de mierda no nos representan...». El móvil de Carol brilla en su bolsillo. Hakim resopla y apoya el cogote en la pared, con dramatismo.

Yo nunca (extra de EVDLZ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora