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Tiré a Dawn al suelo y salté sobre ella para cubrirla con mi cuerpo presionando mis oídos y ordenándole que hiciera lo mismo. Lo siguiente que recuerdo era escuchar gritos que no entendía y ver una estorbosa pantalla de humo que nos rodeaba. Dawn estaba desmayada y yo muy aturdido; estábamos jodidos, a no ser que algún superhéroe llegara aquí a salvarnos. "Lo siento mucho, Carlitos" balbuceaba Dawn; los militares rodearon el lugar y el sargento de hace rato entró, sé que era él por su voz y su pesado caminar que denotaba firmeza, era obvio que era un soldado. Me incorporé lo mejor que pude y arrastré a mi hermana esperando que despertara para huir rápido hacia el séptimo piso, que ya sólo estaba dos pisos arriba. Pero estos malnacidos privilegiados no estaban dispuestos a ser buenos samaritanos.

- ¡Tienen hasta la cuenta de tres para rendirse y salir con las manos en alto! -gritó el sargento eufóricamente-

- Y no se preocupen por limpiarse ni cubrirse la cara, nuestro general estará encantado de hacer eso último personalmente -añadió otro soldado con un tono sádico-

Dawn quería abrir los ojos para cegarlos con su poder, pero con un oído sangrando y con su débil cuerpo, sería un problema. Así que rápidamente busqué algo de coca en mis bolsillos, pero lo que quedaba estaba todo esparcido sobre mi ropa "Mierda" dije entre dientes. Los soldados empezaron a rodearnos y el polvo que las paredes desprendieron por la granada empezaba a disiparse. Así que hice lo que cualquier sabio haría en situaciones como esta:

- ¡Nos rendimos, no disparen! -grité con miedo-

- ¡Apunten y prepárense para disparar! -ordenó el sargento-

- ¡Hijo de perra, si me estoy rindiendo! -repliqué- ¡Esto me parece un abuso de poder!

- Sigue hablando idiota, cada palabra te dará otro año más en la cárcel...si sobrevives al castigo del general -agregó muy maquiavélicamente-

Sólo quería hacer tiempo para desaparecer el estado de aturdimiento, y esa conversación fue todo lo que necesitaba para que la cocaína de mi ropa, que ahora estaba flotando por mis fosas nasales, hiciera algo de efecto en mi torrente sanguíneo. Posteriormente a ese gesto desquiciado y la risa psicótica de aquel sargento, todos sus hombres se desmayaron por una migraña infernal que les induje por medio de estrés. Fue fascinante ver la cara de miedo de aquel hombre, no saber a qué se enfrentaba y no saber si dispararme por miedo a que le pasara lo mismo, o quizás peor.

- ¿C-cómo hiciste eso, puto fenómeno? -preguntó entre sollozos desesperados-

- Eso no importa viejo, lo que importa es lo que harás para salir de aquí sin que te pase lo que a ellos -señalé a su pelotón con una sonrisa en el rostro-

Sólo lo vi tragar saliva muy difícilmente y se incorporó despacio sin apartarme la mirada: cómo cuando un león observa a una gacela en la sabana, listo para atacar y matar. Tomé una de las armas de sus hombres; levanté a Dawn y apunté con el arma a la cabeza del sargento que había intentado meterse con nosotros. Mi hermana se tambaleaba, pero podía caminar, lo cual era bastante bueno porque no podría cargarla por 2 pisos hacia arriba.

Nuestra misión seguía en pie, pero cada vez se volvía más y más lejana la posibilidad de salir de ahí. Era cuestión de tiempo para que enviaran a otro pelotón a salvar al sargento. Pero hasta que eso pasara, no iba a dejar que ese bastardo se fuera de mi vista. Dawn tuvo un ataque de risa cuando estuvimos a unos metros de la bóveda donde según los planos, estaba parte de todo el dinero del banco.

- ¿Qué le pasa a tu novia, hijo? ¿Está loca acaso? -preguntó bastante incómodo-

- Ewww -respondí sin pensar mucho- Ella no es mi novia, y no está loca -suspiré profundamente y respondí- Sólo tuvo padres abusivos.

¿Sabes quién es mamá?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora