Rhaenyra Targaryen, conocida como la Reina Negra, se encontraba en el punto más bajo de su vida. Había perdido a todos sus hijos, su esposo y su preciado trono. Ahora, enfrentaba un destino aún más desgarrador: la muerte en las llamas del dragón de su medio hermano, el usurpador que había tomado lo que le pertenecía legítimamente.
El dragón de su medio hermano se alzó en el cielo, sus alas oscuras extendiéndose como una sombra ominosa sobre Rhaenyra. A medida que el fuego de su aliento se aproximaba, ella no pudo evitar recordar los momentos de gloria pasados, cuando ella misma montaba un dragón y se sentía invencible. Ahora, su fin estaba a punto de llegar.
Con valentía y una determinación desafiante en su mirada, Rhaenyra se mantuvo firme, sin mostrar signos de miedo. Sabía que su muerte era inevitable, pero se negaba a dejarse vencer por el dolor y la derrota. Una última lágrima escapó de sus ojos, no solo por su propia pérdida, sino también por el futuro de los Siete Reinos y el legado de su casa.
Las llamas ardientes envolvieron a Rhaenyra, consumiendo su figura real mientras el dragón de su medio hermano rugía triunfante. En ese momento, la Reina Negra se convirtió en una figura trágica, una víctima de la traición y la lucha por el poder. A medida que su vida se desvanecía entre el fuego, su legado quedaría grabado en la memoria de aquellos que aún creían en la justicia y la verdadera línea de sucesión.
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Aemond Targaryen, el segundo hijo del rey Viserys y la reina Alicent Hightower, siempre había luchado por ser más que un simple segundo hijo. Había dedicado su vida a demostrar su valía y a superar la sombra de su hermano mayor. Sin embargo, en esta guerra cruel, había dado todo por su hermano inútil, pagando un alto precio por ello.
Mientras surcaba los cielos montado en su temible dragón, Aemond fue apuñalado traicioneramente por su propio tío, Daemond. El dolor se apoderó de él y su cuerpo se convulsionó mientras caía desde las alturas, consciente de su inminente final. En esos escasos segundos, una avalancha de pérdidas y desamor lo invadió.
A lo largo de su vida, Aemond había perdido mucho. Nunca fue amado verdaderamente y siempre estuvo a la sombra de su hermano mayor, luchando por destacar en vano. La lista de sus pérdidas era desgarradora: su hermanito menor, Daeron; su amada hermana, Helaena; sus sobrinos, Jaehaerys y Maelor. Además, llevaba la culpa de la muerte accidental de su sobrino, Lucerys Velaryon, en su conciencia.
La culpa y el remordimiento lo consumían mientras caía a una muerte segura. Se preguntaba si había valido la pena sacrificar tanto por su familia y su lealtad. Se lamentaba por el amor no correspondido y la falta de reconocimiento que había marcado su vida. En esos últimos momentos, la amargura y la tristeza se mezclaron en su corazón, dejando un sabor amargo en sus labios.
Con cada vez menos fuerzas, Aemond cerró los ojos, aceptando su destino con resignación. Su vida llegaba a su fin, pero su legado sería recordado como el de un hombre que luchó con fervor y coraje, pero que no encontró la felicidad ni el amor que anhelaba desesperadamente.
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En medio de sus respectivos finales, Rhaenyra y Aemond, ambos medios hermanos, enfrentaban la inminencia de la muerte. Con los ojos cerrados, dejaron que una última lágrima rodara por sus mejillas, mientras sus pensamientos se dirigían al cielo.
En ese momento, Aemond se dio cuenta de que su odio infundado hacia su media hermana Rhaenyra había desencadenado una cadena de eventos que los había llevado a este trágico desenlace. Si tan solo hubiera dejado de lado el resentimiento y hubiera buscado una relación de amor y comprensión, quizás nada de esto habría ocurrido. El peso de su culpa se hizo evidente, y lamentó profundamente las decisiones que había tomado.
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FIRE AND BLOOD (Aemond x Rhaenyra) house of the dragón AU
Fiksi PenggemarEn un giro inesperado del destino, los Verdes lograron usurpar el Trono de Hierro, desencadenando una serie de eventos trágicos en los Siete Reinos. Rhaenyra, quien había sido la heredera legítima, perdió la guerra y sucumbió a las llamas. Mientras...