Capítulo 8: La mirada Eastwood

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—Buen día, Alegría —saluda Miedo— ¿Cómo pasó la noche Riley?

Alegría se lo queda mirando extrañada.

—¿Pasa algo? —le pregunta Miedo, nervioso.

—Estás, estás...

—¿Qué me pasa?

—De pronto estás más alto —dice Alegría comparando alturas—. Anoche medíamos lo mismo y ahora mírate.

—No sabía que podíamos crecer —celebra Miedo—. Es una buena noticia, ¿no?

—Sí, amigo. Seguro que sí —dice Alegría con ternura.

—No me tendrás miedo, ¿verdad? —pregunta Miedo de manera sombría.

—No —duda de pronto Alegría —. ¿Por qué te tendría miedo, si somos amigos? —dice y le da un alegre golpecito en el brazo.

—Y también somo socios —enfatiza Miedo, devolviendo el golpecito, con menos alegría.

—Y también somos socios —dice Alegría. Su resplandor disminuye. Se la ve más opaca.

—Porque todos necesitan un poco de Alegría, ¿Verdad? —dice Miedo entre dientes.

—Sí —trata de bromear Alegría—. Y todos necesitan un poco de miedo...

—... Para no equivocarse —le dicta Miedo, pero Alegría no atina a responderle y se escabulle hacia un rincón.

Lista para ir al colegio, Riley se dispone a bajar las escaleras cuando escucha sonar el celular de su papá. Frena al escucharlo decir «hola» con voz de galán de telenovelas. Se asoma levemente y lo ve girar alrededor de la mesa mientras habla. Habla con una tal Emily.

Tim, mirando a través de los ojos de Miedo, quiere averiguar más.

—Haz zoom —le indica a Lapsus que acciona una palanca del control remoto para acercar la imaginen. Se ve al padre garabatear algo en un papel, pero Riley no alcanza a leer lo que él escribe—. Más cerca.

—No se puede —, se queja Lapsus. El zoom es el cuello de Riley y ella no es una jirafa.

En efecto, Riley está estirándose para tratar de ver algo.

—Bueno —concluye el padre al fin—, tenemos una cita.

Ira hace un bollo con el diario cuyo titular indica: «¿El papá de Riley tiene una cita?», se acerca hasta el panel de control y hace a un lado a miedo.

—Vamos a ver qué tiene para decirnos este Don Juan... Niveles de sarcasmo al máximo y bajamos las escaleras.

—Hola, papá. ¿Hablabas con mamá?

—Mirada de Clint Eastwood. Música del lejano oeste —indica Ira—, mantengo la mirada uno, dos segundos. Papá transpira. Evita el contacto visual. Algo esconde.

—¿Con quién hablabas? —pregunta Riley entre dientes.

—Con nadie —dice él, colgando la nota en la heladera, detrás de una postal de una luna llena.

Riley se dispone a acercarse para leer la nota, pero de pronto suena el timbre.

—Oh, Jordan —dice el padre sin ocultar el alivio que le produce tan oportuna presencia.

—Esto no terminó —amenaza Riley sosteniéndole la mirada desde la puerta.

Ante el estruendo del portazo, Jordan levanta la mirada:

—¿Está todo bien?

—Vamos, que llegamos tarde —dice Riley ofuscada y mastica las palabras «¡una cita! ¡Increíble!».

—Creo que tus papás están por entrar en la fase poética —dice Jordan haciéndose el sabio.

—¿La qué? —gruñe Riley.

—La fase en la que los padres empiezan a usar términos como separarse, romper, estar en un break, tener el corazón roto. Y otras metáforas, casi todas con la palabra "roto" en el medio.

—Mejor hablame de la banda —dice Riley para cambiar de tema—, ¿Ya encontraron el nombre?

—No —admite Jordan—, pero ya sabemos qué tipo de nombre queremos. Queremos algo que sea triste pero tierno, que tenga algo de adulto y algo infantil. Estamos buscando por ese lado. ¿Se te ocurre algo?

—¿Qué me viste, cara de manager? —se enoja Riley justo cuando llegan a la puerta del colegio.

Jordan la ve irse y se queda paralizado:

—La adoro....

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