Capítulo VI

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Las semanas que le siguieron a aquel episodio con BaekHyun habían sido las más solitarias de ChanYeol, especialmente porque, aunque su esposo no le hablara en lo absoluto sabía que de alguna u otra forma estaría acompañado. Los suspiros que soltó en la primera semana de estar solo habían sido menos que los de la segunda y ellos que los de la tercera. El reloj sobre la pared hacía más ruido en medio del silencio de la casa y el sofá se sentía demasiado grande de repente aunque jamás se hubiese tirado en él como lo había hecho ahora. Su debate era constante, especialmente frente a sí debería visitar a BaekHyun aún cuando no tenía certeza de que el proceso que estaba llevando en casa de su madre estuviese yendo bien.

Sin embargo, aquello no le impidió llamar a la madre del menor en cada descanso que tenía para preguntarle si estaba bien y recibir siempre la misma respuesta. "Está intentándolo ChanYeol" era lo que se repetía en su cabeza al finalizar cada llamada sintiendo que su pecho se llenaba de alguna esperanza que no había sentido antes. La sonrisa que se pintaba en su rostro era como aquellas viejas y agradables, recordando con brevedad las que tenía cuando BaekHyun se sentaba frente al jardín con Sarangi pintando sus cuadros, ensuciando torpemente el overol de jean que le había comprado al notar sus prendas favoritas comenzar a mancharse de pintura.

ChanYeol definitivamente adoraba aquellos momentos simples pero tan significativos que podían llenar su corazón por días enteros. Durante la ausencia de BaekHyun en los fines de semana, sacaba el caballete del garaje y lo colocaba justo donde su esposo lo hacía. Tomó entonces el primer sábado uno de los lienzos blancos del castaño y se sentó en la silla, la paleta de pinturas, varios pinceles con diferentes texturas, anchos y largos que no entendía muy bien, pero que eran bastante llamativos. Pintó y pintó hasta que sus manos estuvieron llenas de pintura, su jean viejo cubierto de mezclas exóticas de colores y el lienzo completamente lleno con algo que seguramente nadie consideraría arte.

Pensó entonces en cómo BaekHyun había llegado a tal punto si su pasión siempre había sido la química, pero luego recordó que quien ganaba siempre el concurso anual de pinturas en la escuela, era su esposo y sólo su esposo. Descubrió en sus noches solitarias diferentes cosas del menor y comprendió muchas otras que para entonces no habían tenido sentido en su pequeño mundo o no las había logrado percibir. Una de esas cosas había sido la fascinación que éste tenía por la mantequilla de maní y cómo la acompañaba con sólo un poco de mermelada en el pan de mesa porque el tarro de maní estaba casi vacío, la mermelada (que ChanYeol nunca comía) a la mitad y el pan de mesa con las dos últimas rodajas de pan; incluso en sus crisis, BaekHyun siempre disfrutaba de un emparedado de mantequilla de maní y mermelada.

Aprendió tantas cosas que se moría por decírselas a BaekHyun como si hubiese hecho el descubrimiento del siglo tras tantos años de casados, pero como no podía entonces las anotó. Su agenda de cuero falso se llenó de letras y letras que describían al más bajo como un personaje de ficción que había aparecido en alguno de sus sueños y luego se había desvanecido en el amanecer, pero él sabía que era real. Los trazos eran suaves como la piel del contrario pero claros como las magullas de las ásperas manos de ChanYeol y sus ojos viajaban por cada párrafo recordando con vehemencia lo que era BaekHyun tras aquella capa de dolor que lo había estado privando del mundo, de él y de sí mismo.

Muchas veces, cuando era pequeño, se preguntó si era posible enamorarse de una persona dos veces llegando a la conclusión que no lo era, pero, en ese exacto momento deseó volver a aquellos tiempos y decirle al pequeño con gafas que sí lo era y que cuando creciese, se enamoraría una y otra vez de la misma persona a pesar de que fuese difícil el contexto en el que lo hacía. Soltó un último suspiro en la cama y dejó la libreta y la pluma a un lado mientras miraba al techo, completamente estirado en toda la extensión del colchón que, al igual que el sofá, se sentía enorme. Aquella falta y la agenda que reposaba como recuerdo de su esposo se hizo enorme, y creció y creció hasta que empujaron al día siguiente al más alto a presentarse en la casa que albergaba su más grande tesoro; el único que le quedaba allí.

Sueños de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora