Capítulo 2

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Encuentro Sobrenatural

                                      

La señora Almond, la cocinera, al igual que el resto del servicio, tenían órdenes de Padre de no cuestionar las decisiones de la señorita Hills, sin embargo, cada uno de ellos, sin excepción, no solo me ofrecían una sonrisa o un abrazo caluroso, si no que a escondidas, me obsequiaban con chocolate o dulces.

Los años transcurrieron en compañía de la severa institutriz a base de castigos y disciplina.      Padre como siempre me ignoraba, y salvo en contadas ocasiones, apenas me dirigía la palabra.

En la mesa acostumbrábamos a comer en el más estricto silencio, a no ser que él lo rompiera por una extraña necesidad de comentar algún artículo del periódico que le había llamado la atención.

Debo confesar que me sentía embargada por una eterna tristeza; a pesar de las atenciones gentiles que siempre me mostraban los empleados, comprendí que necesitaba relacionarme con personas de mi misma edad... 

Los Porter vivían enfrente de nosotros en una residencia tan grande como la nuestra, el matrimonio tenía dos hijos gemelos: Henry y Peter; a pesar de que era tres años más joven que ellos, enseguida nos hicimos buenos amigos, pero entre nosotros, nos separaba un único inconveniente...  tan sólo podíamos cultivar nuestra amistad cuando venían a cenar a casa una vez a la semana...

En esos momentos la tristeza y la soledad se esfumaban para dar paso a una infinita felicidad.  

Henry y Peter eran algo traviesos, y la señorita Hills debía ignorar el inapropiado comportamiento; lo mismo le sucedía a Padre, pues compartía inversiones con el señor Porter y se sentía en la obligación a ser indulgente con los gemelos.  Yo, por supuesto, no participaba en sus diabluras pero les aplaudía en secreto. 

En ocasiones, la señora Porter insistía a Padre a que accediera a dejarme salir.

—La veo muy pálida, ¡esta niña necesita dar un largo paseo! ¡El aire y el sol es el mejor remedio!

Padre apretaba los labios asintiendo, a regañadientes, a la sugerencia de la esposa de su socio.
Entonces...mi tristeza desaparecía y en su lugar me envolvía la felicidad en compañía de la señora Porter, que generosa como era, solía comprarme vestidos y caprichos femeninos en nuestras largas salidas; como no había tenido ninguna niña, yo era, por unas horas, como la hija que siempre deseó.

   

—¡No pienso aceptar un no!—exclamaba ella imperativa a  Padre cuando se le antojaba disfrutar de mi compañía.   

En aquellos maravillosos días en que mi progenitor accedía a que saliera con la señora Porter, me sentía ¡feliz! ¡Libre como un pájaro! Y no había mes que la señora Porter, acostumbraba a  comprarme docenas de vestidos.

—Estás en edad de merecer, Margaret y debemos renovar el vestuario. ¡No puedo creer que ya tengas quince años! Como pasa el tiempo... Lo mismo les sucede a mis gemelos, ya son unos hombrecitos. —Suspiraba melancólica la señora Porter.—¡Estás preciosa! —exclamaba ella llena de ilusión, obsequiándome con otro precioso vestido. 

Tristemente, los maravillosos vestidos que me compraba, apenas podía lucirlos, salvo cuando la familia Porter venían a cenar, ya que Padre me tenía terminantemente prohibido salir en su ausencia. Sin embargo, la señora Porter solía ignorar la prohibición de  Padre, y cuando éste se ausentaba por asuntos de negocios, me llevaba siempre con ella y con los gemelos, a exposiciones, librerías, museos, y a cualquier sitio a dónde yo quisiera ir. 

La señorita Hills, como pájaro de mal agüero siempre que Padre regresaba de sus viajes de negocios, le informaba de mis salidas. Él me hacía llamar a la biblioteca y allí me amonestaba muy severamente.

—¡Sabes que no quiero que salgas en mi ausenciaaa!

—La señora Porter insistió… —me defendía.

—¡No me importa! ¡Debes aprender a decir que no! —me reprendió.

—Pero la señora Porter… —intenté explicarme, pero Padre me abofeteó con tan extrema fuerza que me sangró el labio. 

La señorita Hills elogió el castigo, pero Padre la silenció con una furibunda mirada.

—¡En mi ausencia no permito que cruces la puerta de esta casa! ¡Lo sabes muy bien! ¡A partir de ahora siempre que salgas con la señora Porter recibirás un merecido castigo!

Lo miré a los ojos incapaz de entender su cruel actitud hacia mí. Asentí, fingiendo sumisión, mientras los ojos se me llenaban de amargas lágrimas. Padre me observaba impertérrito y la señorita Hills sonreía con extrema crueldad.

En la soledad de mi cuarto me preguntaba…¿Debo renunciar a la felicidad que me proporciona la señora Porter y su familia? Supe la respuesta antes de formular la pregunta…<<¡Jamás renunciaré a la señora Porter y a su familia!>>  me prometí  situándome frente a la ventana con la mirada perdida en la oscuridad de la noche de Londres.         En ese momento me dí cuenta de que mi postura me complicaría aún más la vida en la mansión, no quería pensar más, así que centré la mirada en el exterior, en concreto en la iluminación que proyectaba la luna llena además de alguna que otra tenue luz que brindaban las farolas. 

—Mañana será otro día… —pensé.

A partir de entonces sufría casi a diario los crueles golpes que la señorita Hills me infringía con la regla,  y cuando Padre regresaba de sus viajes de negocios,  no le faltaba tiempo para informarle de mis salidas con la señora Porter y los gemelos. 

—¡Es incorregible! ¡Una descarada! —me acusaba la señorita Hills con  extrema satisfacción diabólica.

Padre me hacía llamar a la biblioteca, y allí en presencia de mi cruel institutriz, me abofeteaba varias veces hasta que mis tristes ojos se anegaban en un mar de lágrimas.     Después me retiraba a mi cuarto envuelta en una densa desolación; allí en mis aposentos caminaba en círculo atacada por la desesperación, ignoro los minutos o quizá las horas en que permanecía en ese estado mientras las lágrimas escapaban de mis desolados ojos...  Hasta que un día buscando con desesperación algo de consuelo, me dirigí a un cajón de la cómoda, en él atesoraba el retrato de mi fallecida madre, era la única imagen que existía de ella  en toda la mansión (Padre aceptaba que lo conservara, pero prohibía que lo mostrara) Acostumbraba a contemplar su hermoso rostro, preguntándome si las cosas hubieran sido de otra manera de no morir ella…

Fin del capítulo 2

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