16. Muraena, la reina asesina.

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En la noche, Muraena estaba semidesnuda en el lecho, esperando a Erenn, empeñada en concebir un hijo que la colocaría por encima de la extranjera, como la mejor, la inigualable princesa que superaría para siempre a la casa tocada por los dioses.

Necesitaba tanto sentirse superior a la única mujer cuya fama la pisoteaba...

Las puertas de sus aposentos fueron abiertas bruscamente, y aunque el recinto estaba en completa oscuridad, como Erenn siempre solicitaba previamente, esta vez, él venía con una antorcha en la mano.

La sonrisa de satisfacción de Muraena desapareció.

No era Erenn.

—¡No grites!—se apresuró el extraño apuntándola con una espada. Era un hombre muy similar a Erenn, demasiado, pero su rostro carecía de la violencia y la hermosura del guerrero, era más bien insulso.

Muraena asintió, apenas cubriéndose el cuerpo con su bata.

—Necesito que me escuches—le dijo apresurado—. Yo... yo he sido el que ha compartido lecho contigo durante estos días. Erenn me envió en su lugar porque toda su lealtad sigue con Beatalyn Zarón, s-soy uno de sus guerreros. Lo lamento mucho, princesa...

Muraena lo creyó de inmediato. Tenía más sentido, ¿cómo fue tan estúpida para creer que se rendirían tan rápido? Casi vomita, porque significaba que había entregado su virtud a un plebeyo asqueroso, la semilla de ese arrastrado estaba dentro de ella, y hubiera preferido tragar mierda a probablemente estar embarazada de un nadie.

—¿Por qué me dices esto?—escupió con los ojos llenos de lágrimas de profunda ira.

La cara del guerrero se ensombreció.

—Han confabulado un plan para destronarte y matarte en dos días—él hablaba apurado, con sinceridad—. N-no puedo hacerte algo así... ven conmigo, te protegeré, evitaré que te hagan daño.

—¿Por qué?—susurró ella.

El guerrero relajó su ceño.

—Quiero entregarte mi corazón, princesa. Ven conmigo—Muraena vio sus ojos brillando de sentimientos hermosos, de amor profundo, nadie nunca la había visto así, nunca conoció el amor...

Así que el guerrero que tomó su cuerpo con engaños... sentía algo por ella, naturalmente, Muraena era irresistible, eso creía.

La mirada de ella se endureció con frivolidad.

—Prefiero morir aquí—dijo con los dientes apretados de asco—a escapar con un apestoso plebeyo, ¡Lárgate! ¡Lárgate ahora mismo! Gracias, por la verdad, pero no te debo nada.

Él no podía creerlo.

—Te ofrezco algo real—dijo el impostor molestándose—¡¿No entiendes?! ¡Morirás aquí! ¡Traicioné a los míos por llevarte conmigo!

Ella se rio verdaderamente regocijada.

—Y te perdono tu vida por eso, pero no, cariño—le dio un último beso casto y seco en la boca, para mirarse ambos a los ojos—. Merezco un rey, no a un esclavo. Vete, y no te preocupes, si llego a embarazarme echaré a ese niño a la basura, al menos, puedes estar pendiente de eso y recogerlo en caso tal.

El pobre hombre retrocedió con amargura, y asintió, para irse con la cola entre las patas, traicionero de los suyos, patético rechazado de una princesa gloriosa, eso pensó ella, cuya ira estalló. Atacaría antes, se encargaría de todo. Lo único sagrado para Mura era ella misma, su sangre real y usarla para ser la mejor. La habían arruinado de la única forma que sacaría lo peor de ella.

Hecha De Sangre Y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora