Capítulo 32

15.1K 2.3K 874
                                    

The national - The System Only in Total Darkness

-'ღ'- ANDREAS-'ღ'-

-SIEMPRE SERÁ REALIDAD-

El domingo Leo y yo fuimos al club deportivo, él estaba poco comunicativo, pensativo era la palabra. Las primeras horas nadamos, luego jugamos billar, se nos unieron unos más, pero a mediodía me tenía ya intrigado.

Venga, que yo era el serio, el que permanecía sumergido en su mundo, en la neblina de recuerdos que, aunque añoraba olvidar, sabía que mi castigo era no hacerlo jamás. Sin embargo, mi amigo era la antítesis de mí, por eso nos llevábamos tan bien.

—¿Qué mierdas te pasa? —pregunté cuando, por enésima vez, la pelota de pingpong se le fue.

Dejé la raqueta sobre la superficie y arqueé una ceja. Leo soltó un suspiro y recargó la cadera en la mesa, dándome la espalda, para luego frotarse el rostro con impaciencia.

Me acerqué desconcertado. No era un tipo que soliera tener problemas, no que yo supiera por lo menos.

—Creo que mejor nos vemos luego —dijo cabizbajo.

—No soy tu nana, y tú eres el psicólogo aquí, pero a ti te jode algo... —murmuré a su lado. Resopló negando. Lo conocía lo suficiente, él a mí—. ¿Tienes algún problema, hermano? Escucha, sé que no soy el mejor amigo, casi siempre soy una patada en el trasero, pero aquí estoy y sabes que...

—Besé a Mila —soltó acallándome en el acto.

¡Joder!

Abrí los ojos de par en par. No supe qué decir, de verdad que no. Digo, babeaba por ella, se suponía que eso debía ser la puta fantasía realizada de su vida, pero no lucía como si así lo sintiera. Me pasé los dedos por el cabello, aguardando, ubicándome frente a él. Continuó:

—No fue apropósito, lo prometo, ella volteó, yo iba a despedirme y pues...

OK, jamás, en los años que tenía de conocerlo, lo había visto sonrojado por algo, menos por una cosa tan idiotamente inocente como lo que me acababa de contar, pero Mila, Mila era su diosa desde el año anterior cuando lo defendió.

Ella era nueva, no llevábamos ni una semana cuando medio grado llenaba de mensajes su mesa pidiéndole su número, o la detenían en los pasillos para que saliera con esa bola de mandriles. No la pasaba bien, entonces un día la encontré tras la puerta de un aula, llorosa. Me miró y esperó que hiciera lo mismo que todos. En cambio, le sonreí y me coloqué a su lado.

—Puedo ser tu escudo —me ofrecí en voz baja. La verdad es que la compadecía, y no debía ser fácil lo que pasaba.

—¿Mi escudo? —repitió sin entenderme.

—Todo irá bien, solo no te separes de mí, yo me encargo —expliqué guiñándole un ojo. Sus ojos verdes me miraban sin comprender.

—¿Hay algo que quieras a cambio? —preguntó cauta. Sonreí con un poco de cinismo.

—No, yo no entro dentro de tu club de admiradores, solo... necesitas un amigo, puedo serlo, si quieres —propuse estirando mi mano frente a ella. Observó mi gesto, incrédula, pero terminó dándomela.

—Bien, sí quiero —aceptó sonriendo más serena.

Los siguientes días cumplí mi palabra, a Leo era de los pocos que tampoco le llamaba la atención de forma especial, ella lo percibía por lo que bromeábamos y si alguien buscaba acercarse lo espantaba con un ademán, mirada amenazante, palabras agudas, funcionaba obviamente.

Lo que me une a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora