Parte 1. (Pag. 3)

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-Mario. . . ¿Nos vamos? - intervino Torreblanca, igualmente confundido, mirando de soslayo a los autos que, al rodear el suyo, no dejaban de demostrar su descontento a claxonazos.
Y Mario, molesto como pocas veces, acalorado como pocas veces, subió enfurruñado al carro.
Cuando Torreblanca estuvo de nuevo frente al volante, ya se ponía la luz amarilla en el semáforo, pero por alguna razón sintió que era su obligación pasársela.
Y así lo hizo.
Ya enfilaba hacia la casa de los Balaustrada y, justo a los cinco minutos con cuarenta y cuatro segundos después del incidente, Torreblanca no pudo evitar preguntar:
- ¿Se puede saber por qué hiciste eso?
Mario, por respuesta, lo miró con ojos fulminantes a través del espejo retrovisor, gesto con el que le hizo recordar que tenían una deuda pendiente.

Ocurrió apenas hace unos meses, en la Ciudad de México. Se los puedo asegurar porque yo lo atestigüé todo. Desde ese primer día soleado de mediados de Septiembre hasta el último, de lluvia torrencial, en que todo terminó, a finales de Octubre.
Para más señas, soy el abuelo paterno de Mario, Humberto Balaustrada.
Y para aún más señas, fallecí en la carretera México-Cuernavaca cuando él tenía apenas seis meses.

Y para aún más innecesarias señas, vivo  —es solamente una expresión, claro— en la misma casa que él, mi otra nieta, mi hijo y mi nuera. Decidí irme a vivir con ellos el mismo día en que me encontré, sin saber que rumbo tomar, junto a un auto hecho añicos y unos paramedicos que luchaban en vano, en el acotamiento de la autopista, por reanimar mi exámine corazón.
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Listo, después de un año, ya estoy libre.



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⏰ Última actualización: Jul 15, 2023 ⏰

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Un viejo gato gris mirando por la ventana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora