Una tormenta desatada en la profundidad del abismo, el caos reina la mente y la soledad del cuerpo es calentada por los fragmentos incandescentes del alma en la hoguera, un hombre sentado mira hipnotizado como se incinera su vida. Las llamas danzantes se reflejan en el camino de lágrimas, el hombre, está llorando.
En la profundidad de la cueva una risa es oída, en respuesta el eco alegre de aquella intromisión regresa la sonrisa. El hombre levanta el rostro, su mirada está muerta o gran parte de ella, pero aquella que aun ansia salvación brilla con la intensidad de una vela en sus últimos alientos.
Siguiendo aquella sonrisa cautivadora con los ojos, el hombre, toma fuerzas para levantarse y caminar hacia ella. Sus pasos son lentos, torpes y dolorosos, pero a medida que va caminando, la fuerza que creyera perdida retorna con una brisa fresca que lo empuja suavemente, la oscuridad se torna total pero él ve con claridad lo que está buscando, sus pies de plomo se levantan con la fluidez del agua y corre a toda velocidad susurrando un nombre, su nombre, el viento se lo dijo.
La fogata se va apagando y en las cenizas recién nacidas se halla lo que el hombre necesita, vida. Una vida que se esfumo y transmuto en una sonrisa de salvación en la oscuridad. Espera grita el hombre, pero aquella sonrisa de prana no le espera, está lejos casi inalcanzable, pero para él está cerca, a su lado, aquí mismo, en sus manos.