Abby'sPOVAgarré mi pequeña maleta de mano mientras Jerry salía de casa con mis dos maletas, y otros ocho mayordomos más salían con las diecisiete maletas de Beth. Las cargaron todas en una enorme furgoneta que yacía en la puerta de casa, y mientras tanto, Beth y yo revisábamos nuestros teléfonos móviles. De pronto, mi móvil vibró y un mensaje entró en mi nuevo Iphone5 plateado. Era de Beth, y decía:
"¿Enserio no podrías haberte puesto algo más horrible para nuestro primer día en Londres? Creo que tenías unos pantalones con una mancha de pis detrás. Podrías haberte puesto esos"
Rodé los ojos y le mandé una carita de beso. Me miró burlona e hizo ver que tosía mientras se reía de mí.
Entramos en la furgoneta y nos dirijimos hacia el aeropuerto, donde nuestro avión se estaba preparando para volar hacia Londres. Nos dirigíamos al barrio de Covent Garden, que, obviamente, está en Londres, y allí es donde, según papá y mamá, estaban los mejores internados de todo el país. Entre regañinas, lloros por parte de mamá y gritos de furia por parte de papá, llegamos al aeropuerto cuando faltaban 45 minutos para embarcar. Nos dirigimos a la cola de revisión, y pillaron a Beth con varios pintalabios bajo el cinturón. Tuvo que tirarlos a la basura del aeropuerto y se puso a lloriquear como una histérica porque decía que los chicos ingleses ya no la podrían ver guapa por ese estúpido guardia de seguridad. (Inserte risa aquí).
Estúpida.
Entramos en el avión y mamá comenzó a llorar. De nuevo. Intentó entrar en el avión, pero los guardias se lo impidieron. Y se puso a repartir bolsazos.
Literalmente.
Empezó a pegar a los guardias con el bolso en toda la cara, y estos tuvieron que pedir refuerzos. En definitiva, que todo el personal del aeropuerto tuvo que acorralar a mamá para que no fuera a por sus niñas. Mientras, yo, en el avión, con mi móvil, al lado de la ventana, riéndome, grababa el momento.
El avión llegó a Londres después de 4 horas. Llegamos cansadas y esperando a nuestra furgoneta, pero solo apareció un diminuto carro conducido por un señor en una bicicleta. Beth y yo miramos el vehículo con cara de asco y el hombre rodó los ojos.
- ¿Las hermanas Reichsten? - asentimos a la vez. - Subid. Este es vuestro transporte aquí. Quitadme esa cara de asco y subid, que se me hace tarde - subimos rápidamente y el hombre se puso en marcha. - por cierto, me llamo Mags. Ah, y tened cuidado con mi rata. Vive en ese sillón - dijo señalando el asiento donde Beth estaba sentada.
- ¿¡UNA RATA?! ¿¡ESTÁ DE BROMA?! ¡¡YO ME BAJO DE AQUÍ AUNQUE ESTÉ EN MARCHA!! - chilló. - ¿Puede pararse un momento por favor? Quiero bajarme, pero no cuando esta pocilga esté en marcha, eso podría causarme daños en la cara y ya no sería guapa - dijo moviendo su pelo para atrás.
Me mordí la lengua para no abofetearle la cara.
Al cabo de 20 minutos llegamos a un edificio gigantesco. Era de ladrillo y se alzaba ante nosotras como un majestuoso león. Solo que un león era más bonito. Se notaba que el edificio era viejo y no estaba en muy buenas condiciones. Había huecos en las paredes y algunos de los balcones de las habitaciones estaban rotos. Ojalá le tocara alguna de esas habitaciónes a Beth.
Entramos en el edificio y nos recibió una señora que debía de tener unos 345 años. Estaba vieja y arrugada, su piel era muy blanca y su pelo era muy abundante. Estaba suelto y alocado. Era marrón, pero en ese momento pensé que debería irse a mirar a un espejo y decidirse a ir a una peluquería. Se distinguía más el color blanco y no el color marrón. Vestía una camiseta de chándal que tenía grabada la foto de un perro y una falda larguísima. En los pies llevaba unos calcetines y unas chancletas. Esperamos durante unos cinco minutos, pero el fósil no nos hizo ni pizca de caso y siguió comiéndose su yogurt de almendras e higos con un tenedor de plástico.
La vejez.
Al final carraspeé y el yogurt que había conseguido coger con el tenedor se le cayó al suelo. Nos miró con unos ojos entrecerrados, e intentando matarnos con la mirada dijo:
- Qué queréis.
- Somos las hermanas Reichsten. Venimos a pedir nuestras habitaciones. -dije en tono serio. La señora juntó la lengua con el paladar y luego esta bajó de nuevo a su sitio haciendo un ruido muy molesto y asqueroso.
- Bethany Reichsten: habitación 345, piso 2. Abbigail Reichsten: habitación 546, piso 4. - y nos entregó una llave a cada una.
Subimos las escaleras y cada una se dirigió a su habitación. Subí hasta el piso cuatro y caminé hacia la habitación 546. Estaba caminando cuando alguien chocó conmigo, y debía de ser alguien muy fuerte, porque casi me caigo al suelo.
- ¡Pero mira por dónde vas! - le chillé a mi agresor. Subí la cabeza y me quedé impactada. ¿Un chico?
- Perdona princesa. ¿Está bien tu esmalte de uñas? - Dijo burlón. Me sorprendí por su respuesta y contraataqué.
- Está bien. ¿Y el poco cerebro que te queda? ¿Aun te funciona? - dije, y me reí mentalmente de mi propio chiste. ¡Muy buena, Abby! Comencé a caminar, y el chico habló.
- Ya nos veremos, ¡y te arrepentirás de esto! Ya verás cómo algún día caes por mi... - dijo seductor. Lo único que pude hacer fue reírme de él.
- ¡Abbigail Reichsten a su servicio! - y me fui corriendo.
Llegué a mi habitación y entré. Ésta estaba llena de posters de chicos, futbol y AC/DC. Al menos no me había tocado una habitación llena de chicas sin cerebro. Dejé mis maletas en el suelo, y, de la nada, dos cuerpos se abalanzaron sobre mí. Caí al suelo e intenté zafarme, pero fue inútil.
¿Con que raritas me había tocado convivir?
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Guerra de gemelas
HumorLas gemelas Reichsten no hacen más que pelearse. Por eso, su padre decide mandarles al barrio de Covent Garden, en Londres, para que vayan a un internado. Allí, conoceran a amigas, enemigas y posibles futuros amores. Y, por supuesto, no dejarán la...