II*: Soy uno con ellos

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Mientras esperaba que algún cliente llegase a comprar, se hundía en su arte. Buscando la esperanza pintaba lo que deseaba que en algún futuro ocurriera, en una esquina escribió algo en letras muy pequeñas. A pesar de haber terminado tan mal en la noche, se tenían a ambos. Eso era lo único que importaba. Sócrates no era perfecto, pero era cómplice de su vida como síntoma de sus condiciones. Era su compañero de miseria y fortuna. En algún momento hablarían con transparencia, como en temas anteriores. Esto necesitaría un poco más de tiempo para madurar.

"Paciencia..."— Se susurró a sí mismo mientras respiraba muy hondo. Intentando ahogar sus sentimientos en la pintura.

Sócrates era un cristal muy grueso, con mala presión en el lugar equivocado seguro se iba a romper y esa no era la intención. ¿Qué le pasó a Sócrates? No se lo había preguntado, no porque temía, sino porque la pregunta parecía indebida. Tal vez insultante. Su corazón se achicó, tenía agujas en sus dedos justo donde habían tocado a Sócrates la noche anterior. Se le aguaron los ojos de momento y dejó de dibujar para enfocarse en otra cosa.

El suelo estaba más lejos de sus sentimientos que cualquier otra cosa. En ese momento los zapatos de alguien inundaron su foco visual. Son muy caros. Parecían limpios, casi nuevos. Zapatos deportivos azul marino, pantalones de oficina negros hasta los tobillos, un jersey de cuello alto blanco, un blazer gris y una sudadera con capucha de color gris denim. Esta ropa no encajaba entre sí y toda era cara. Qué desastre pretencioso y catastrófico, había oído hablar de gente rica que hacía esto para pasar desapercibida antes.

Molesto por su impresión, alzó la mirada a su cara. Con el corazón en la boca se cae de la silla. Ahora el sudor le corría por el cuello.

"Buenas tardes."— El hombre bajó la cabeza como si estuviera haciendo una reverencia, su cabello lacio cayendo elegantemente hacia adelante con el movimiento. Su físico y la horrenda composición de su ropa en general hicieron que sus acciones fueran escalofriantes.—"Quería ver si puedes visitar mi sala VIP en el casino. Quiero comprar una serie de cuadros y me gustaría hablar contigo al respecto."

Incapaz de encontrar las palabras para responder, asintió con vacilación. Su rostro goteaba del sudor. El hombre que lo protegía finalmente había decidido acercarse a él. Miró horrorizado el casino y luego volvió a mirarlo. El hombre le pasó una tarjeta y se fue. La tarjeta no era elegante, era roja y tenía letras negras en negrita en el centro. Con la excepción de un número de habitación y una firma. Eso es todo. Ya había olvidado si el hombre le dijo una fecha y una hora. Era torpe en su comportamiento. Si se levantaba, el suelo debajo de él tambaleaba.

Después de vender un par de cuadros, fue directo al casino. Todavía sacudido por la interacción. Antes de entrar, llamó a Sócrates, pero fue directo al buzón de voz. Tampoco respondió a los mensajes de texto. No se preocupó. Este era un comportamiento bastante habitual alrededor de esta hora. Lo pensó durante un rato. Era un lugar público, y el hombre era bueno. No pasaría nada malo. Tenía mucha confianza en ese detalle.

El sitio estaba lleno de gente que intentaban conversar. Todo competía con las máquinas que eran más ruidosas que cualquier otra cosa allí. Dementri perdió toda capacidad de concentración. Le tomó un tiempo darse cuenta de la puerta al otro lado del estorbo. Detrás había un corredor con muchas puertas numeradas. Suspiró mientras cerraba la puerta detrás de él. Una mezcla amortiguadora de música, risas, gritos y otras obscenidades se apoderó del diminuto espacio. El ruido era algo más soportable que el de afuera.

Aun así, era como entrar a una tienda con demasiadas opciones y poco espacio. Era difícil de reflexionar o articular. A pesar de que el corredor estaba vacío, todavía tenía la impresión de estar en una multitud. Cuando encontró su puerta y entró, la escena que vio hizo que se cubriera los ojos. El lugar parecía una oficina, una sala donde se realizarían reuniones. En lugar de sillas, era un sofá en forma de U, un par de mesas, algunas plantas y una pizarra electrónica. Había un total de ocho personas allí, incluyendo una de las amigas de Sócrates... quien al verlo le sonrió y le saludó con las manos.

Querido MaboyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora