I: No hay secretos ni mentiras

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La señora salió corriendo de su casa a eso de las tres de la tarde, su figura apenas se sostenía y todo el que la veía temía que se cayera. Su cuerpo persiste, como nunca antes, la gracia de su suerte mezclada con locura la mantuvo segura incluso cuando cruzaba las calles sin mirar. Mientras corría abrazaba fuerte un lienzo pintado; su posesión más importante. Al llegar al Paseo de la princesa la mujer cae de rodillas ante el joven de dieciséis años que había pintado su retrato, él no tuvo ningún tipo de reacción, tal vez porque jugaba con un collar que parecía querer esconder. La señora le gritó que su cáncer había sido curado. Dijo que vio en la pintura señales de que esto pasaría. El boceto fue detallado en cómo lucía aquel día, pero las próximas capas de pintura demostraron un cambio de apariencia que la había dejado disgustada, hasta hoy. La habían llamado los doctores para darle la noticia y al mirarse en el espejo lo vio.

"Dibujaste mi futuro, esta mujer soy yo, soy yo ahora. ¡Mírame! ¿Cómo lo sabías? Eres El Milagro del Santo. ¡Eres un Milagro! ¡Milagro!"— La señora comenzó a llorar a sus pies, agarrándolo por sus zapatos y gritando canciones, que el chico solo podía asumir, eran cristianas.

La gente pronto los había rodeado, observando el espectáculo que ahora sería todo lo que hablarían durante años. Ella no fue la única víctima de sus milagros, pero luego de mucha suerte las cosas cambiaron y comenzaron a llamarle al muchacho El Ojo Del Demente. Él se enteró de su nombre luego de muchos días donde nadie lo miraba a los ojos y cuando lo tocaban por accidente murmuraban el maldito nombre que le habían puesto seguido de oraciones y versos religiosos. La gente no veía sus visiones como un milagro, sino, una ruleta aleatoria que podría condenarlos por el resto de sus vidas. Alegadamente, el joven comenzó a predecir futuros que no siempre eran de buen gusto, la mayoría se los concedía a hombres de familia con buena reputación y ellos terminaban culpando al pobre que solo quería dinero para comer.

Él, cansado por cómo le trataban, agarró un lienzo del tamaño de su estatura y se sentó a pintar en el centro de la atención durante las Fiestas de La Calle de San Sebastián. Comenzó un autorretrato frente a una multitud exagerada de personas. Ese día no tomó ni una sola comisión y rechazó todas las donaciones. Al final la gente susurraba mientras él los miraba con un infierno en los ojos. En la pintura él tenía cicatrices en la cara y sus uñas parecían haberse despegado de su piel. Todos lo tomaron como una desesperada maniobra para comprobar que él no tenía la habilidad de predecir el futuro. Dicen que el pintor estaba serio, pero que, al perderse entre la multitud con el cuadro, tenía una sonrisa torcida colgada en el rostro.

Años después aún le llamaban El Ojo del Demente, solo que ahora lo acortaron a Dementri. Aún creían que sus piezas artísticas predecían el futuro; a pesar de que el cuadro de su autorretrato jamás recobró vida. Rondaba el Viejo San Juan con su hogar en una bolsa de plástico, sus materiales laborales atados con una soga a su espalda. Se perdía como una pincelada en pintura entre aquellos edificios. Pero su figura cargaba consigo el frío y era difícil ignorar el roce cuando alguien se cruzaba con él. Ignorado por condición de vida, pero no pasa desapercibido.

Si fuera el caso, de que tuviera dicho poder, hace tiempo hubiera obtenido la riqueza que tanto necesitaba. ¿No? Esas cosas que decía la gente de él tenían sus explicaciones. Él cuenta con el talento de leer las situaciones personales de cada quien acudía a él. La realidad era más compleja, vendía esperanzas a los problemas que veía.

La gente era chismosa, religiosa, querían creer en un poder divino para sentirse esperanzados. Buscaban una explicación magnífica a simples respuestas. Puerto Rico, la isla controlada por la mafia política y con el desplazamiento del boricua en las altas, era obvio lo que ocurría... Apenas había motivación para levantarse al día siguiente con las ganas de continuar viviendo allí. Poner una sonrisa y trabajar cada día se hacía más difícil. Querían pensar que alguien podría ser un salvador que los sacaría de sus desgracias.

Querido MaboyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora