Capítulo 30

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La tensión se formó entre todos los invitados, y a Evangeline no le importaba ser juzgada por la mirada de miles de familias nobles. Ella sonreía, satisfecha.

Louise, que se mezclaba con los demás, se escondió detrás de las mesas donde preparaban las copas y buscó entre las capas de su vestido rosado algo que pudiese servir para pararla o, por descarte, distraerla. Por desgracia, no tenía nada. Miró a su alrededor y vio una botella de vino vacía. Se incorporó ligeramente para cogerla y tirarla a una esquina. El impacto provocó un ruido, y por ende, que miles de cristales se esparcieran por el salón. Levantó la mirada y, tal y como había pensado, la atención se desplazó hacia aquella zona.

Lizz también estaba confusa, y se levantó un poco el vestido para sacar de sus medias uno de sus cuchillos. Pensaba dos cosas: que se lo podría arrojar y salir corriendo con Alexander de la mano, o lanzarse hacia ella y clavárselo en el pecho. La segunda opción, para ella, resultaba ser demasiada arriesgada.

Por otra parte, Alexander no quería quedarse quieto. No quería volver a huir tal y como hizo en otras situaciones de estrés. No quería volver a sentir la misma sensación de terror como en el bombardeo o el ataque de los robots. Dirigió la mirada hacia su acompañante que parecía dudar sobre qué hacer o no con el arma blanca que tenía en sus manos.

«Se acabó».

Acabó haciéndole caso a sus impulsos, que tomaron el control sobre él sin que la razón se interpusiera entre sus acciones. Agarró el cuchillo que tenía Lizz en sus manos y no dudó en apuntar hacia la cabeza de Evangeline. Cerró los ojos, sin querer ver el resultado, y supo que tuvo éxito cuando escuchó un aullido de dolor y varios gritos provenientes de los invitados que iban desapareciendo a medida que pasaba el tiempo.

«Alexander, sabes que esto no puede quedar así», sonó la voz de su cabeza. Entonces, abrió los ojos. El cuerpo casi inerte de Evangeline se encontraba en el suelo. Tenía el cuchillo clavado en la frente, y parecía resistirse porque hacía el intento de incorporarse. El muchacho se acercó, le arrebató la pistola de la mano y la apuntó justo al lado del cuchillo.

—Lo siento, Evangeline; pero esto es por mi hermano, mi padre, y por todas aquellas vidas inocentes que arrebataste este tiempo atrás —concluyó, apretando el gatillo.

***

Varian y Julian estaban en la base, sentados cada uno en una silla. El mayor había cogido un libro para distraer su mente, y Varian jugaba con sus propios dedos, nervioso. Tenía un mal presentimiento.

—Julian, creo que ha sido mala idea que Lizz fuera allí sola. —Giró su rostro para mirarlo y se rascó la barbilla—. Tendría que haber ido con ella.

Julian cerró el libro, dejándolo a un lado. Tanto él como el loro mecánico fijaron su mirada en el joven.

—Es cierto que hace tiempo que debería de estar aquí, ¿cuánto tiempo puede durar una fiesta de esas?

—Creo que no tiene límite, a no ser que el anfitrión los eche... —Aún así, no se creía sus propias palabras. Tenía que haber algo más—. Pero Lizz no es de quedarse en fiestas hasta muy tarde, y menos en una donde hay gente que puede reconocerla.

Varian se levantó, se sacudió la falda y cogió su abrigo, dispuesto a irse.

—Espera. —Julian le llamó la atención, y con el dedo le pasó el loro para que este se posara sobre su hombro—. Llévatelo, úsalo como cámara. —Acto seguido se levantó y le dio la máscara—. Sé que no te gusta usarla, pero hazlo esta vez. Está conectada con los ojos del pájaro y podrás ver lo que él ve mientras permaneces oculto.

El joven lo cogió y se la puso sin rechistar, aunque no le hiciera demasiada gracia, por una vez tenía que cumplir una de las reglas básicas de ser Pirata: evitar que descubran tu identidad.

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora