Capítulo 24

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En cuanto las tres Sirenas la sacaron del sótano, una de ellas volvió a bajar. No tenía órdenes de investigar la zona, pero sentía cierta curiosidad innata sobre lo que había pasado.

—Aquí huele a gato encerrado.

La Sirena miró a todos y cada uno de los robots que acababan de abatir, y se acercó a uno de ellos con cautela para mirarlo de cerca.

Tocó la chapa con los dedos, dándole pequeños golpecitos que resonaron en un eco por toda la habitación. Al final, le dio una patada en la cabeza, no muy fuerte. El material del que estaba hecho no era tan rígido como pensaba. Entendió así por qué pudieron abatirlos tan fácilmente.

Ya aburrida, abandonó la sala y bajó por unas escaleras que quedaron descubiertas. Suponía que la arrestada venía de allí.

A medida que iba bajando, le daba la sensación de que las escaleras eran cada vez más empinadas. No veía que hubiera un fin, hasta que abajo del todo vio el suelo. La sala estaba iluminada, y la Sirena dio un brinco al ver a una gran máquina descuartizada y pegada a la pared con varios cables derramando una especie de líquido blanquecino transparente que se le empezaron a pegar en la suela de los zapatos. Tuvo náuseas, pero aguantó las ganas de vomitar. Aquello le resultaba familiar.

—Pero qué... —Cuestionó, dando dos pasos hacia delante. Una voz en su cabeza gritaba que no se acercara, que era peligroso, pero su cuerpo parecía no tener el autocontrol y no hacía otra cosa que avanzar.

Una vez cerca de la Máquina, alzó las cejas. Tuvo el impulso de extender la mano y tocarla, pero aquello quedó en un pensamiento.

—Ahora lo entiendo todo.

***

Evangeline estaba encerrada en la prisión de Moldres situada al otro lado del muro, cerca del sector once. Al lado tenía la fábrica donde tendría que trabajar un tiempo para pagar su propia fianza. Ella misma dudaba de que pudiera salir dejándose la vida entre la pala y el carbón, pero por el momento solo le quedaba una cosa: adaptarse hasta idear un plan de huída.

—Tienes derecho a una llamada. Ven conmigo —comentó el guardia, escoltando a Evangeline una habitación donde había varias cabinas telefónicas sin puerta.

Marcó el número, pero no lo cogían.

Evangeline, frustrada, probó varias veces sin obtener respuesta alguna. Trató de llamar a Varian, pero luego recordó sus palabras. Sabía que no quería verla, y que si fuera por él, la borraría de sus recuerdos. Ella, sin embargo, insistía porque no tenía a otra persona con la que hablar.

Una Sirena se asomó y se la quedó mirando. Evangeline se dio cuenta, y antes de gritar o intentar tirarle el teléfono a la cabeza, preguntó:

—Oye —le llamó la atención. La Sirena se señaló a sí misma con un gesto que indicaba sorpresa, aunque era obvio que estaba haciendo la gracia—. Ya que tú también eres una Sirena, ¿conoces a Varian? Dile que estoy aquí, que quiero hablar con él.

—¿Quién es Varian, señorita?

A Evangeline no le gustó nada que le contestase con aquel tono burlón, pero tenía que mantener la compostura.

—Mi novio.

—¡Oh! —soltó una pequeña risa divertida—. Yo puedo decirle que estás aquí, aunque tendrías que decirme cómo es. Acabo de llegar a estas fabulosas tierras y aún me estoy adaptando.

A Evangeline le sorprendía la soltura que tenía esa Sirena para hablar a pesar de su acento extranjero.

—¿Y tú quién eres, Sirenita?

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora