Capítulo 38

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Apenas quedaban unos minutos para el aterrizaje.

Alexander estaba de los nervios, y era algo que no lograba ocultar. Se frotaba sucesivamente las manos, sus ojos se movían con rapidez, y daba vueltas alrededor de sí mismo mientras Louise le dedicaba unas cuantas palabras para tranquilizarlo. Él sabía que algo iba mal. Tenía un mal presentimiento desde hacía unas horas, y por mucho que intentase autoconvencerse de que sus pensamientos solo querían hacerle pasar un mal rato, era incapaz de quitarse tales suposiciones.

—Tranquilízate, Alex —pronunció Louise en un fallido intento de ponerle los pies en la tierra—. Seguro que Elizabeth... Lizz —corrigió—. Está bien.

—Pero esto no va solo por ella; mi sexto sentido me dice que todos están en peligro.

Alexander se acercó a una de las ventanillas del barco. No podía sacar la cabeza para comprobar a qué altura estaban, pero por el mar de nubes que tenía bajo sus pies pudo adivinar que estaban a varios kilómetros del suelo.

—Ni se te ocurra. —Louise lo agarró de la cintura, y de un tirón lo apartó de ahí—. Vamos a reunirnos con Jade, elle sabrá qué hacer, ¿vale? Dudo mucho que ante su presencia pase algo en cuanto bajemos.

«Ojalá tengas razón. Ojalá todo sean pensamientos intrusivos que no me dejan descansar en paz».

Un golpe.

El suelo tembló, e inconscientemente se agacharon y cubrieron, pero nada impactó contra sus cabezas.

—¡Jade! —La voz de Shaila retumbó sobre la madera.

—¡Joder, Jade! —Una voz más aguda, además de femenina, se unió junto a la de la muchacha.

—¡Perdón! ¡No ha sido mi intención! —Jade contestó con el mismo tono. Las paredes parecían estar hechas de papel.

Efectivamente, Jade había vuelto a chocar el barco contra el suelo del aeropuerto de Moldres. Toda la tripulación, una vez fuera, le esperaban para echarle una bronca. En cuanto Alexander y Louise se unieron a ellos, pudieron ver todas y cada una de las expresiones de cada uno: Shaila se tapaba el rostro con una mano, y tenía los ojos cerrados y contaba hasta diez; Valeria no se escondía, y apretaba los puños como señal de enfado, además de tener la cara arrugada; Simon se mordía el labio, y tenía una mano puesta sobre la menor como si se tratase de un domador de leones reteniendo a la fiera de un posible ataque. Y, finalmente, Jade salió del barco con una mano sobre la cabeza.

—Lo importante es que hemos llegado, ¿o no? —Se excusó guiñando un ojo—. Bueno, chicos, no tenemos tiempo ahora para atarme con unas cuerdas y echarle de comer a los tiburones. Tenemos que averiguar qué ha pasado. Louise, tú eras de las Sirenas, ¿verdad? —Ella asintió—. Bien, pues ve con Shaila a la base y buscad información allí sobre el atentado.

Los oscuros ojos de le príncipe se posaron sobre Alexander.

—Tú y yo investigaremos en los suburbios. Y... —Miró a los dos restantes—. Quedaos aquí y arreglad este desastre. ¡Os prometo que os daré una recompensa que será mucho mayor que el coste!

Simon y Valeria no estaban muy de acuerdo con tal propuesta, pero Jade ya se había escabullido con Alexander antes de oír una queja. En cuanto se alejaron, le príncipe lo guió hasta un callejón que daba entrada al sector cuatro.

—Oye, te voy a confesar algo: lo he oído todo, y sé que echas de menos a esa chica. Te ayudo a buscarla, ¿vale?

—¿No es injusto que no cumplamos con las órdenes?

—¡Qué va! son mías, y yo misme me las estoy saltando. Lo primero es lo primero.

Alexander no estaba muy convencido, porque para él no existía la palabra «escaquearse» a pesar de haberlo visto en sus compañeros Piratas.

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora