Capítulo 1.

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La fiesta tan solo acababa de empezar; alrededor del amplio y elegante salón se hallaban varias mesas rectangulares adornadas con todo tipo de aperitivos y bebidas de las cuales destacaban canapés de todo tipo, y champán y vino. Por supuesto, los invitados no perdieron la oportunidad de aprovechar la hospitalidad del príncipe Eric Cavendish.

Este conversaba con todos los duques y condes que acudieron a la celebración de su vigésimo cuarto cumpleaños. Aprovechaba para lucir uno de sus mejores trajes, el más elegante y llamativo que encontró: un traje de color carmesí con bordados dorados y unos pantalones a juego. Su cabello, también dorado como el Sol, lo tenía recogido en una coleta baja dejando caer dos mechones juguetones sobre su rostro. A él le gustaba pavonearse ante los demás, presumir de sus riquezas y comparar las posesiones de su familia con las de otras; Incluso parecía hasta una competición. Muchos pensaban que era, además de presumido, arrogante, y a veces inaguantable.

Por otro lado estaba su hermano gemelo, Alexander Cavendish, que al contrario que él, le gustaba mantenerse al margen. Era siempre el que se encargaba de la decoración y del bienestar de los invitados. Estos a veces olvidaban que era familia del príncipe a pesar de tener las mismas características físicas; la que más destacaba era el color azul de sus ojos, similares al azul del océano. La diferencia era que Alexander tenía miopía y necesitaba de unas gafas para evitar chocarse contra una de las muchas columnas de mármol que decoraban el palacio.

—¡Damas y caballeros! —anunció el príncipe Eric, que se había subido a un pedestal—: Antes de nada me gustaría daros las gracias por asistir a mi fiesta de cumpleaños.

Todos los invitados se habían amontonado en el centro del salón escuchando el mismo discurso emocional que daba todos los años. Aunque todos se lo supieran de memoria, nunca estaba de más causar buena impresión al futuro rey de Baìshrich.

Alexander, para variar, estaba al final disfrutando de una copa de uno de los vinos más viejos que tenían en la reserva. Él no escuchaba a su hermano, sino que se dedicaba a analizar todas y cada una de sus expresiones. Veía cómo sacaba un largo pañuelo de seda que usaba para secarse las lágrimas, y también comprobó si algún que otro invitado hacía lo mismo. Llegaba a la conclusión que, cuanto más le siguieran el rollo, más le subiría el ego. ¿Pensarían que así podrían subir de posición? no le extrañaba lo más mínimo si fuera así.

—Y por supuesto, también he de mencionar lo mucho que quiero a mi hermano. —Eric tosió un poco, y con los ojos brillosos gritó—: ¡Alexander, sube conmigo!

Alexander dio un respingo tras oír su nombre salir de los labios de su hermano. Era la primera vez en muchísimos años que lo mencionaba en un discurso. El último fue hace doce años atrás.

—¡No seas tímido! ¡También es tu cumpleaños!

«Cierto, también lo es», pensó mientras se aproximaba con ligereza para ponerse al lado de su hermano. Estaba algo encogido, y permanecía callado porque sabía que Eric no le iba a dejar pronunciar ni una sola palabra. Los invitados, al verlos juntos, aplaudieron con más fuerza.

—Somos muy parecidos, ¿verdad? —Eric sonrió, provocando alguna que otra risa entre sus invitados—. Yo ya estoy prometido, pero mi hermano Alexander no...¿Alguna chica guapa estaría interesada en conocerle? Os garantizo, chicas, que compartimos los mismos genes y vuestros descendientes tendrán nuestra misma belleza.

Alexander se quedó de piedra, ya decía que había algo raro en su llamamiento. No pudo evitar sentirse avergonzado por semejante exposición. Miró hacia el suelo, y aunque no pudiera ver quiénes lo estaban fichando para ser su futuro esposo, podía notar cómo algunas miradas se clavaban sobre él. No estaba interesado en conseguir una novia. No en ese momento.

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora