Capítulo 21.

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Las noticias volaron, y en menos de una semana se corrió la voz sobre el atentado que hubo en el palacio. Imágenes fotografiadas se plasmaron en el periódico nacional del reino.

A Alexander no le había llegado la noticia aún. Él se encontraba en la bañera sumido en sus más profundos pensamientos. Estaba preocupado y ensimismado, tanto que a la hora de coger el jabón, se le resbalaba debido a sus temblorosas manos. Oía voces que provenían del otro lado de la puerta, el de Julian en concreto; pero no entendía apenas nada porque estaba hablando a susurros con alguien más. Con algún que otro Pirata, pensó. En cuanto volvió en sí, cayó en la cuenta de que Lizz le debía una explicación sobre lo que había visto en palacio. Había estado tan ocupado en completar pequeñas tareas que le asignaban en la sede, como buscar recursos por los alrededores o atender a algún que otro Pirata herido; aunque ese trabajo lo hacían los enfermeros de allí. Él solo los avisaban y ellos socorrían. Además, cuando terminaba la jornada, se encontraba tan cansado que con tan solo tocar el colchón, caía rendido.

Se levantó, secó el cuerpo y vistió; y una vez listo cogió aire y salió del baño.

En el cuarto estaba Varian acurrucado en el pecho de Lizz, escondiendo el cara. Estaba callado, conteniendo las ganas de emitir un sonido que delatasen sus ganas de llorar. Lizz mostraba la misma expresión de siempre: una seria, con sus verdosos ojos ahora fijos en los suyos una vez que cruzó el umbral de la puerta. Una mano, la que se había lesionado con anterioridad, la tenía sobre su cabeza; con la otra le hizo una señal para que se acercase y se sentase al lado de ella.

Alexander, sin entender la situación, lo hizo. Miró a Julian que se quitaba el sombrero, y después miró a Lizz, pidiendo permiso para hablar. Ella asintió, y entonces abrió la boca para decir:

—Alex... Tenemos que decirte algo importante.

Alexander empezaba a temerse lo peor.

—Verás, prefiero que te enteres por nosotros que por las noticias —Prosiguió el mayor, frotándose los ojos—. El príncipe, Eric Cavendish... tu hermano, lo han encontrado bajo los escombros.

Varian se mordió el labio y apretó los puños, y Lizz se separó un poco para darle un pañuelo de tela que guardaba en el bolsillo. Alexander sintió cómo el corazón se le aceleraba hasta el punto de sentir miles de agujas que se clavaban en el pecho. Se llevó la mano a la zona, sintiendo que se asfixiaba.

Julian añadió:

—Entiendes lo que te digo, ¿verdad, Alex?

Alexander no respondió. Obvio que lo entendía. No era tonto, y parecía que lo estaban tomando como tal.

Estaba aguantando el impulso de gritar y salir corriendo, pero sus piernas se habían clavado fuertemente en el suelo.

—El príncipe... falleció en el ataque. —Se levantó rápidamente, acercándose a él—. Lo siento mucho.

Alexander reaccionó y parpadeó. Dio un salto hacia atrás y miró a todos y cada uno de los Piratas. Con rabia exclamó:

—¡Todo esto es vuestra culpa! Desde que decidisteis tenerme como prisionero y como uno de los vuestros, porque muchas opciones no me habéis dejado, solo ocurren desgracias. Un atentado en este sector, luego otro en el otro. ¿Y esperáis que me crea que sois «los buenos»? ¿«Las víctimas»? Paséis por donde paséis arrastráis muertes con vosotros.

Lizz se quedó atónita, y un mar de lágrimas comenzó a formarse sobre sus ojos. Quiso levantarse, agarrarlo de la camisa y darle un puñetazo. Pero se quedó ahí, quieta y sentada en la cama observando cómo Alexander les acusaba de algo que no tenían culpa. Varian y Julian estaban igual, pero fue Julian quien le contestó:

Mar de Cobre (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora