El jardinero salía todos los días a sembrar en su hermoso jardín.
Él cultivaba rosas, narcisos, petunias, fucsias, margaritas, geranios y muchas otras platas silvestres.
Era el mejor con su jardín, pero este le volvía despiadado.
"¡Largate, niñato!", "¿No ves que me estas pisando las flores?", "¡LARGO DE AQUÍ!".
El jardinero era odiado por todo el pueblo, pues su jardín era esplendido pero este no permitía que nadie entrase en el por miedo a que lo estropeasen.
La única persona que podía entrar en el jardín, a parte de él, era su hija, Claudia.
Ella siempre ayudaba a su padre con las flores y lo cierto es que le encantaban, pero ella creía que lo mejor sería abrirlo al público, para que los demás contemplasen la belleza de este.
Un día, el jardinero, paseando por la ciudad, encontró una tienda mística, con una dependienta vestida como una adivina árabe.
-¿Hay algo que desee usted?-Le dijo al pasar- ¿Algo que desee de verdad?
El jardinero se acercó atraído a donde estaba la mujer y murmuró unas palabras:
-Bueno...-Decía algo nervioso-Desearía que nadie fuese capaz de entrar en mi jardín.
Entonces la mujer le dio un tarro.
-Espárzalo por su jardín y su problema se solucionará.
Y así lo hizo el jardinero, y cuando se quiso dar cuenta, cada persona que pisaba su jardín se convertía en unas hermosas rosas por toda la eternidad.
Así, el jardinero pasó el resto de su vida cuidando de su jardín de rosas para poder cuidar a la rosa más hermosa. Su hija.
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Cuentos de un minuto
Short StoryColección de relatos cortos fantásticos y no tan fantásticos para leer en una tarde nublada con un té y pastas o en una noche oscura entre las sábanas.