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El solsticio de verano, un día tan esperado y lleno de magia, se alzaba en todo su esplendor. Era un momento sagrado en el que los dioses griegos se congregaron para conmemorar la Edad Dorada de Cronos, un periodo de paz y armonía en el que el mundo florecía bajo la mirada benevolente de los dioses.
En esta ocasión especial, las jerarquías y los roles habituales se disuelven como el rocío en la mañana. Todos los dioses, sin importar su estatus o poder, se consideraban iguales, unidos en un abrazo fraternal que trascendía sus diferencias y rivalidades. Era un momento en el que la divinidad se mezclaba con la humanidad, creando un ambiente de camaradería y unidad sin precedentes.
Poseidón suspiro observando el calendario, odiaba ir a esa estúpida celebración, había tantos ruidos, tantos dioses y especialmente Hera, su hermana que no quería ver ni en pintura. Pero toda la presión psicológica que le hicieron Hades y Demeter fue suficiente para asistir.
Antes de que él se arreglara inicio a vestir a los dos niños, Apolo era todo un caso siempre escapaba o se escondía, Poseidón tenía que ir a buscarlo mientras Artemisa miraba todo aun sentada en la cama, como si no le importará que su hermano se arreglara para la celebración, por ella Apolo podía ir en un saco de papas a la fiesta.
Después de que Poseidón terminó amarrando a su hijo menor con un par de algas marinas comenzó a arreglarlos a los dos, sus sirvientes habían dejado la ropa arreglada que había escogido junto a sus hermanas junto con el visto bueno de Hades.
Cuando terminó de arreglarlos sonrió para sí mismo y su gran trabajo, sus dos hijos tenían una visión deslumbrante con sus vestimentas divinas, irradiaban una belleza sobrenatural que se reflejaba en la elección de atuendos.
Apolo, el pequeño dios del sol y la música, llevaba una túnica dorada que parecía reflejar los rayos del sol mismo. La túnica estaba finamente bordada con hilos plateados que dibujaban intrincados patrones de arpas y liras, simbolizando su amor por la música y su habilidad para tocar los instrumentos divinos. En su cintura, llevaba un cinturón de cuero adornado con pequeñas estrellas doradas, que evocaban su divina conexión con el cielo estrellado. Su cabello dorado y radiante caía en cascada sobre sus hombros con reflejos salmón, enmarcando su rostro angelical y sus ojos luminosos como el sol. Una corona de laureles verdes reposaba sobre su frente, un tributo a su destreza en la poesía y la profecía. Apolo se movía con gracia y elegancia, como si la luz del sol danzaba a su alrededor en cada paso, una risa de Apolo fue suficiente para que Poseidón sonriera.
Luego estaba su hija, Artemisa, la pequeña diosa de la caza y la luna, vestía una túnica plateada que relucía con la luminosidad de la luna llena. Su túnica estaba decorada con delicadas figuras de arcos y flechas, representando su talento y habilidad en la caza. Un cinturón de cuero adornado con una luna creciente abrazaba su cintura, simbolizando su conexión divina con la noche y la luna.
Su cabello plateado como la luna estaba recogido en una trenza elegante que caía sobre su hombro con varios reflejos azules, dejando al descubierto su rostro juvenil y sus ojos brillantes como las estrellas. Una diadema de plata con forma de luna nueva adornaba su frente, acentuando su aura misteriosa y celestial. Artemisa caminaba con una confianza y una fuerza innatas, como una cazadora audaz y valiente, Poseidón solo pudo aplaudir a la pequeña pasarela que habían convertido sus hijos en esa habitación.