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Jaenerys

Cualquier persona que conociera personalmente a la princesa debe de saber sobre la larga lista de cosas que odiaba. Dicha lista no hacía más que crecer con el pasar de los años, si le pedían a Jaenerys nombrar todas las cosas tardaría al menos dos horas. Y es que siempre se le habían inculcado e instruido de cierta manera, la reina y su madre habían preparado un molde en el que se empeñaban hacerle encajar. Pero ese molde terminaba siendo insuficiente, encajar significaría dejar de lado sus sueños, sus metas, todas las cosas en las que cree.

Desde siempre su familia fue un molde deforme con doble moral. Su familia creía en los dioses de Vieja Valyria mientras sus tíos y la reina creían en la Fe de los Siete y la estrella de siete puntas. Se esperaba que fuera delicada y recatada, pero que sea fuerte en carácter para que nadie se atreva a ir en contra de la casa del dragón. Día y noche le era exigido hasta el cansancio conocer el arte del té, la danza y los modales de corte. Que atraiga pretendientes sin verse desesperada, que sepa defenderse pero no demasiado o sería muy masculina para los hombres. Que sea fácil de gustar pero no tan sencilla para obtener. Que sea Targaryen y Velaryon al mismo tiempo.

El problema era que Jaenerys cumplió con todos los estándares que se le impusieron desde que aprendió a hablar, hasta que entendió que nada de lo que haga sería suficiente tanto para su madre como para la reina. Nunca lograría satisfacerlas, así que igual podría hacer lo que quiera y hacerse feliz a sí misma. Ella era lo más importante en su vida, ella era su todo.

Pero su lista de odio se amplió más de lo que esperaba este año, sobre todo cuando recibió una bonita caja de terciopelo.

El grito había alertado a su sirvienta, Amelia. La pobre no le había dirigido palabra desde aquel día en que la amenazó. La joven había ayudado y servido a Jaenerys en un profundo silencio sin atreverse a abrir la boca, la amenaza de perder su lengua le había dejado un mal sabor de boca e incluso era palpable la tensión para la princesa en el tono de su mirada.

La puerta había sido abierta a la fuerza por Ser Erryk que se adentró con prisa mientras una preocupada Amelia le seguía a unos pasos por detrás con la misma expresión intranquila y llena de ansiedad. Corrieron la habitación con sus miradas solo notando el bulto que yacía sobre la cama y una caja aterciopelada en el suelo, la última estaba abierta y ambos notaron un aroma a muerte inundar la habitación.

Amelia se acercó al ovillo de mantas y ropas en el que la princesa se había envuelto, mientras Ser Erryk asesoraba la seguridad de la habitación.

"Princesa, ¿sucedió algo?" Amelia preguntó en un tono suave lleno de una calidez familiar, mientras su mano se colocaba en donde supuso la cabeza de la princesa estaría. "¿Alguien le ha hecho daño?"

Ser Erryk se aventuró a inspeccionar de dónde provenía el olor moribundo llevándose una sorpresa cuando notó que este pertenecía a la caja aterciopelada.

"Por favor, dígame cómo puedo ayudarle princesa" Jaenerys seguía escondida bajo el tumulto de mantas y ropas, buscando refugio de aquel horrible hedor y de lo que significaba recibir tal cosa.

Al tener la caja en manos, Ser Erryk examinó su contenido sintiendo su estómago dar un revolcón de manera inesperada, en el interior de la caja yacía una rata en estado de descomposición. La vista fue repugnante incluso para un caballero experimentado en el arte de la guerra y acostumbrado a ver cosas de peor magnitud. ¿Quién se atrevería a enviar tal ofensa a la princesa?

"Sáquenla" Murmuró la princesa bajo su aliento mientras se mantenía cubierta, su voz dejó rastro de llanto.

"Princesa" Ser Erryk habló con un tono suave al haber retraído la nota del animal con cierta repugnancia.

The Reckless PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora