REMOR. (2)

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Está arañando con sus garras mi cuello,
aprieta,
escuece y obnubila mi visión,
es nieve de pronto.
Y yo,
ya no soy tan yo,
soy más bien él;
marioneta en llamas,
ensangrentada,
manchando de carmín
TODO LO QUE TOCO.
todo
lo que toco
es rojo,
son hilos enlazados al destino,
aquel único eterno e
ineluctable.

(La muerte).

Está tras de mí y jala mis cabellos,
(porque no puede haber algo más
rojo que mis manos).
Y arde
y te arde
y entonces con gracia impía,
desgarro blancas rosas entre mis dedos,
y en su agonía floral,
acabo por transmutarlas
en rojo escarlata.
Y convierto su pureza
en un suspiro culposo de pecado.
Y te obsequio cadáveres envueltos en rafia.

("Pues te amo,
perdóname",
sollozarás).

En sombría danza,
cual némesis maldito,
un delfín audaz desafiaba
mi ser de tiburón,
en vano intento de escape,
luchaba el despojo de la angustia
mis fauces eclipsados,
fútiles ante la peor vileza de todas:
aquella que se efectúa
bajo la consciencia.

¡Y yo fui tan malo!
yo soy
y peco
de ingenuidad.

(¿Solo de eso?).

¡Júzgame!
supuesta víctima presa
en las garras
de este mundo infame,
venda aún más tus ojos ciegos
con la excusa del daño
D-a(nta)ño.

Júzgame, tú,
verdugo de capirote blanco,
lobo disfrazado de oveja.
Húndete, en el afán de escapar

de los abrojos
en el laberinto de
engañosa paz
y cubre los espejos de la vida.

(CÚBRELOS TÚ,
PUES LO VES EN ELLOS

¡TE VES EN ELLOS!

PUES NO ES
PEOR
QUE TÚ.
PENOSO HÉROE
DE PACOTILLA).

Yo me asfixio en culpa,
y ardo en fuego,

y me hundo en pena.
Yo siento lástima por ti,
y tú no sientes nada.
Entonces este demonio cabrío,
de calavérico rostro
y tronco sombrío,
me envuelve entre
entes susurrantes
y burlescos:

"Oye...
Oye
Qué le hiciste
Dios
¡DIOS!
DIME QUÉ LE HICISTE
¡DIME QUÉ LE HICISTE!
¡DESGRACIADO!
¡INFELIZ!"

Me imitan,
se ríen,
mientras mis ojos,
poseídos en absoluta niebla,
derraman el néctar
de mis heridas
en un mar granate.
Y así, en la vorágine de mi averno,
doy fe de que la culpa
yace sobre mis hombros,
(y mi torso, mi cabeza, y mis venas,
y hasta en lo más inasible de mi ser)
puesto que, aparentemente,
peco de haber sucumbido ante
el llamado peligroso
de los vistosos pétalos
de una Datura.
Torpe ante la clara
coloración aposemática
de una planta venenosa.

Y en los recovecos de mi experiencia
acarreando demonios
"acogí" al temido Remor.

(Dimiento).

Y es ahora, quien se erige
como el señor de mi penitencia.
Mi espíritu languidece,
depaupera,
bajo su coro retorcido,
desagradable,
inagotable,
y acusador,
drenándome hasta
la enlutada condena
de ser atado en cadenas
a su yugo implacable.
Ser yo, su eterno siervo.

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El peor de los inviernos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora